Image: La banda de los niños

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Novela

La banda de los niños

Roberto Saviano

15 septiembre, 2017 02:00

Roberto Saviano. Foto: Left.it

Traducción de Juan Carlos Gentile. Anagrama. Barcelona, 2017. 377 páginas. 21,90 €. Ebook: 16,99 €

"Siempre quise ser un gánster", confiesa Henry Hill (Ray Liotta) al comienzo de Goodfellas (Martin Scorsese, 1990). Nicolás y su banda de adolescentes, casi niños, siempre han deseado pertenecer a la Camorra, la mafia de la región de Campania y la ciudad de Nápoles. Ser un gánster y no un simple donnadie significa disponer de dinero, mujeres, respeto. Nicolás, que se ganará el apodo de "Marajá" con violencia y astucia, considera que lo esencial no es la ética, sino el poder. Así lo ha descubierto en Maquiavelo, lectura obligatoria en la escuela.

Su carrera delictiva comienza a los catorce. Sólo necesita cuatro años para adquirir la posición de capo, aplicando las lecciones del diplomático florentino, según el cual los que ostentan una corona no deben ser amados, sino temidos y respetados. Saviano (Nápoles, 1979) profundiza su retrato de la Camorra en La banda de los niños, una trágica y conmovedora novela que muestra la putrefacción moral de una sociedad que identifica el éxito con el poder y el lujo. Los niños ya no se educan con libros, sino con vídeos de Youtube y PornHub.

Saviano sitúa la acción en Forcella, un barrio del centro de Nápoles, donde no se puede mirar directamente a los ojos, pues se interpreta el gesto como un desafío. En sus calles, la infancia no es una Edad de Oro, sino la época de aprender deprisa para sobrevivir. No hay reglas cuando se conduce un escúter, ni cuando se pelea con un extraño. El mundo se divide en fuertes y débiles. Si no quieres ser "jodido", debes "joder" a conciencia a los otros. Si alguien se atreve a pulsar un "like" en el Facebook de tu chica, no puedes limitarte a sacudirle. Debes "cagarte en su cara" y limpiarte el ano con su camiseta, como hace Nicolás para dejar claro que Letizia le pertenece. Nicolás y sus "soldados" se dejan crecer la pelusilla hasta que empieza a despuntar la barba, imprimiéndoles aspecto de "yihadistas".

Admiran a los terroristas, sin miedo a morir, ni reparos para matar. En cambio, desprecian a sus padres, simples trabajadores que cobran un sueldo miserable. No les asusta la perspectiva de la cárcel, pues es el taller donde se forja el temple de los auténticos hombres. Además, reina la corrupción. Está en todas partes: en la política, los negocios, la policía. Se "nace en esa realidad". Es "el Sistema".

"Tenemos armas y pelotas", reflexiona Nicolás, el Marajá. Y hay que dejarlo muy claro, pues en "Nápoles se grita siempre", quizás porque "no hay tiempo para crecer". Matar es una forma de gritar, de manifestar que no son "simples asesinos de videojuego", sino adultos. Ser adulto no es crear una familia y educar a unos hijos, sino satisfacer inmediatamente cualquier deseo, pues el mañana no existe. El nihilismo del Marajá y su banda parece incompatible con cualquier idea de futuro: "Amigo, enemigo, vida, muerte: es lo mismo". Eso sí, los jóvenes mafiosos rinden culto a su formar de vivir, con el fervor de un pueblo que sueña con "atravesar el Mar Rojo". Saviano los compara con los carbonarios, pero la semejanza se agota en su carácter secreto y sus juramentos de fidelidad. No se lucha por nada concreto, sino por una banal acumulación de poder que se alimenta del vacío existencial y un fracaso moral colectivo. La banda de los niños es una novela solvente, emotiva y creíble, pero con un final precipitado, que produce cierta insatisfacción. Quizás no es un defecto, sino la consecuencia inevitable de recrear la pérdida de la inocencia de unos niños sin otro horizonte que la violencia, el desarraigo y el consumo de puerilidades. Las aguas del Mar Rojo tal vez se separarán para franquearles el paso, pero antes o después les ahogarán sin remedio.

Roberto Saviano ha pagado un alto precio por contar sus historias. Vive bajo protección policial, sumido en una clandestinidad dorada, disfrutando de un éxito amargo, parecido al de un capo obligado a esconderse.

A fin de cuentas, solamente es un chico napolitano y no ha podido escapar al destino reservado a los hijos de una tierra enemistada con la paz y la esperanza.

@Rafael_Narbona