El fin de la historia
Luis Sepúlveda
6 octubre, 2017 02:00Luis Sepúlveda. Foto: Archivo
Luis Sepúlveda (Ovalle, Chile, 1949) no es nuevo en esta plaza. Se inició en 1993 con Un viejo que leía novelas de amor, texto en el que relataba su experiencia con los indios shuar en la selva ecuatoriana. Viajero incansable y hombre políticamente comprometido, la biografía de Sepúlveda está plagada de aventuras, que adornan sus libros (más de treinta) y los hacen atractivos para multitud de lectores, fundamentalmente en Europa donde se exilió durante la dictadura de Pinochet.Al hablar sobre El fin de la historia se hace necesaria una referencia a Nombre de torero (1994), la primera incursión del autor en el género negro, en la que ya aparecen algunos de los personajes de su última novela: Juan Belmonte, el protagonista, que con los años parece haber encontrado la calma en el extremo sur de Chile; y Kramer, la sombra oscura que regresa del pasado. El argumento es muy simple, aunque en la novela se presenta de forma enrevesada. Belmonte vive una vida apacible en compañía de Petiso, socio fiel, y su compañera Verónica, víctima de una brutal represión bajo la dictadura pinochetista de la que todavía está convaleciente. En su retiro, recibe un encargo de los servicios secretos rusos para impedir que un grupo de antiguos cosacos consiga sacar de la cárcel a Miguel Krassnoff, un verdugo a las órdenes del tirano acusado de crímenes contra la humanidad. Belmonte parece la persona ideal para llevar a cabo ese cometido porque a su pasado militar y de experto en la guerra encubierta añade un odio personal hacia Krassnoff, que fue el torturador de Verónica y el responsable de su actual deterioro psíquico. En El fin de la historia se mezcla el noir con la novela de aventuras, aunque también tiene elementos de thriller político, género habitual en la literatura hispanoamericana. Su argumento resulta trepidante, lleno de meandros y de historias laterales que complican el entramado más de lo deseable. Influida por la novela y el cine negro norteamericanos, a menudo sus diálogos parecen extraídos de algún texto de Dashiell Hammet o de una secuencia protagonizada por Humphrey Bogart, con sus clichés y sus frases rotundas.
Y conserva, asimismo, pinceladas de novela romántica en la relación entre el duro Belmonte y la insondable Verónica. Con estos ingredientes, y algunos más que la falta de espacio me impide recoger, Sepúlveda entrega una novela de acción en la que el lector a menudo se pierde entre sus laberintos históricos y sus historias intercaladas, y cuyo final, además, resulta demasiado complaciente.