Hormigas salvajes y suicidas
A. G. Porta
1 diciembre, 2017 01:00A. G. Porta. Foto: Helena Tremoleda
El trecho inicial de cualquier relato suscita en el lector ciertas expectativas. Ocurre de manera muy acusada en Hormigas salvajes y suicidas. Conocemos ahí un inusual muestrario de personajes. Tenemos a un policía jubilado, Lucena, de quien se sospecha que es un criminal en serie (el Asesino de la Eutanasia), lector infatigable de La guerra de las Galias, adicto al sexo, erudito pornógrafo, propietario de varias revistas eróticas y miembro de un grupo de músicos callejeros. Por si fuera poco, vive en una autocaravana.Encontramos a otro policía jubilado, el inspector Blaya, con cáncer de pulmón avanzado, que hace planes de futuro con una joven prostituta rusa a quien quiere llevar a un viaje en el Orient Express. Ambos reportan, que diría un ejecutivo, a un coronel del ejército en la reserva, Resano, miembro de los servicios de inteligencia, con un curriculum planetario como espía, gran autoridad en geopolítica e impulsor de un Seminario Sobre el Conocimiento Permanente (SSCP), un centro internacional para el estudio del olvido y de la memoria. De esta excéntrica tropa, un punto barojiana y otro bolañesca, uno esperaría una novela de sucesos disparatados, de enormes empresas quiméricas, de proyectos estrambóticos que redimieran a Blaya, Lucena y, en menor medida, a Resano de la poquedad de saberse en el trecho final de sus vidas.
Pero no es así. Con maestría en la dosificación de las informaciones acerca de los personajes, A. G. Porta (Barcelona, 1954) deriva la historia hacia una peripecia cargada de densidad emocional con anécdotas concretas de gran hondura. De algún modo, esos tipos estrafalarios adquieren una dimensión corriente en la que palpitan las aspiraciones, incertidumbres y sufrimientos de la gente común.
A. G. Porta inventa un conjunto de seres humanos muy peculiar, y enormemente atractivo. Esas singularidades dan lugar, en buena medida, a un relato psicologista cuajado de finas observaciones sobre los impulsos mentales. Además, sus hechos se trascienden como base de una novela de ideas. Hasta tal punto que el denominado Dilema de Heinz (o de Kohlberg) se convierte en un asunto trasversal del libro al incidir en la oposición entre lo legal y lo moralmente correcto. Pero no es un motivo aislado.
A lo largo del relato se suman reflexiones acerca de dispares cuestiones: la variedad y complejidad humanas, equivocar el camino en la vida, la buena muerte, la preservación y trasferencia del conocimiento acumulado, los dispositivos de la sociedad para enfrentarse al mal, los claroscuros del mundo o las mudanzas en la personalidad. Todo ello se agrupa en un asunto central, el sentido de la vida.
Aunque es por sí solo interesante poner sobre el tapete la queja de un personaje acerca de nuestra preocupación por ocuparnos "de las tonterías que nos distraen de las solo cuatro cosas importantes" de la vida, ello no entraña por sí solo gran novedad. El aliciente está en cómo A.G. Porta aborda esa sobada cuestión. La interiorización en los personajes y el motivo de las expectativas ilusorias que ofrece el mundo pertenecen a una ideación novelesca sin tiempo. Los conflictos emocionales y una trama de intriga por momentos bastante intensa hablan de un relato tradicional con voluntad comunicativa.
Otros elementos nos ponen, sin embargo, ante una narración de aliento modernísimo, posmoderna. Así, la inclusión de varios "apéndices" que completan el texto principal o el juego metaliterario que empareja la anécdota con textos ajenos, en especial con las novelas de quiosco de Marcial Lafuente Estefanía. Además, el conocedor de A.G. Porta encontrará un aliciente añadido en los vínculos entre esta nueva obra y otras suyas: ya conocemos a la narradora principal, Albertine, y a otros personajes.
El gran acierto de Hormigas salvajes y suicidas está en una amalgama de clasicismo y modernidad narrativos. Con tan inspirada como calculada aleación consigue Porta una magnífica novela.