Image: Un libro de mártires americanos

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Novela

Un libro de mártires americanos

Joyce Carol Oates

1 diciembre, 2017 01:00

Joyce Carol Oates. Foto: Dustin Cohen

Traducción de José Luis López Muñoz. Alfaguara. Madrid, 2017. 814 páginas. 23,90 €. Ebook: 12,34 €

"Pronuncia la palabra y mi alma será sanada". Así se dirige a Dios el fanático Luther Dunphy en la nueva novela de Joyce Carol Oates (Nueva York, 1938) antes de disparar al médico abortista Augustus Voorhees. Transcurridos unos segundos, Dunphy vuelve el arma contra el escolta del doctor. Los dos hombres, propulsados hacia atrás por la fuerza de los disparos, "yacen juntos, desplomados sobre el asfalto de la entrada delante de la furgoneta. En unos segundos, según la voluntad de Dios".

La novela se titula Un libro de mártires americanos, y con esta escena inicial no pierde tiempo en proclamar a qué mártires se refiere el título. No obstante, la guerra contra el aborto en Estados Unidos contiene profundidades traicioneras, y Oates tiene en su haber que el libro se propone penetrar en ellas hasta el fondo. ¿Cómo, se pregunta, podríamos humanizar las posturas ideológicas extremas?

El martirio es una empresa costosa. Una vez despachado el sangriento asesinato al principio del libro, Oates dirige su atención a los años que siguen al crimen; al precio que las familias de Dunphy y Voorhees pagan por la opción ideológica de sus seres queridos. Edna Mae, esposa de Luther, que aún llora la pérdida de una hija años atrás en un accidente de tráfico, cae aún más en la adicción a los medicamentos. Los cuatro hijos que sobreviven se hunden en sus propias versiones del fanatismo y la disfunción. Mientras tanto, a los Voorhees los gana el desamparo psicológico. Jenna rechaza la maternidad y deja a sus tres hijos a cargo de amigos y parientes, y los hermanos se retraen en una especie de ira autoprotectora, incapaces de encontrar consuelo unos en otros.

En todo momento la novela pasea su micrófono de manera igualitaria. Luther nos habla desde la cárcel; Jena, desde las profundidades de su difícil papel de esposa de un héroe caído. El cambiante caleidoscopio de voces clarifica y aturde al mismo tiempo. En cierto sentido, la apuesta de Oates da buenos frutos. La novela confluye en torno a Naomi, la hija mediana de los Voorhees, y Dawn, su equivalente en los Dunphy. Mientras que la perspectiva de la primera es valiosa al penetrar en la (mala) suerte de su familia, su personaje nunca avanza más allá de una obsesión niveladora y narrativamente anquilosante con la muerte de su padre. De Dawn Dunphy, en cambio, se habla con estimulante energía y profundidad.

Avanzada la novela se convierte en una boxeadora que se da a sí misma el nombre de Martillo de Jesús, una criatura completa y matizada con toda una gama de emociones. Las observaciones de la autora sobre la relación de Dawn con otras mujeres y sus cavilaciones sobre la masculinidad y la condición física femeninas son tan brillantes que justificarían una novela propia. "Entonces peleó por primera vez con una mujer. La experiencia fue desoladora. Hasta entonces nunca había golpeado la cara de una igual. Jamás la cara de una chica. Solamente caras de chicos que la miraban con lascivia y merecían ser golpeadas".

Hay más momentos poderosos y sorprendentes. Madelena, la madre de Gus Voorhees, urbanita avispada y todoterreno, aborda el tema del aborto con su hijo y le confiesa que no quería ser madre. Con esta inesperada afirmación, Oates nos recuerda una verdad incómoda: el tema del aborto es tan conflictivo y se siente con tanta pasión por las desagradables cuestiones morales y emocionales que plantea. En cierto modo, el dictamen de Madelena es una rama de olivo a favor de los que defienden el derecho a la vida. Su proclama es también un reconocimiento de nuestra capacidad de razonar y de ser razonables. El derecho de una mujer a decidir es justo, pero no es sencillo.

No obstante, la novela solo concede este discernimiento al clan de los Voorhees, educado y de clase media. A pesar de su sufrimiento, son inteligentes y reflexivos. En el extremo opuesto de la división de clases (e ideológica), los lúgubres Dunphy se definen por la escasez, el victimismo y la ignorancia. A la novela parecen disgustarle profundamente, y los caracteriza en consecuencia. En las casi 500 páginas que preceden a su renacer como Martillo, Dawn es toda sufrimiento y rabia animal. Justo antes de que la expulsen del instituto, un grupo de matones la persigue hasta un patio de maniobras del ferrocarril, donde le arrancan los pantalones, la agreden sexualmente y la dejan desnuda en el barro.

La miseria del clan de los Dunphy no tiene parangón. El problema no es que h ayan pasado tantas desgracias y dificultades, sino que solo tienen desgracias y dificultades. Si bien es encomiable que se narre su experiencia de manera tan exhaustiva, las resmas de páginas dedicadas a describirlos no logran añadir complejidad. Son una suma de patologías cuya representación no hacer más que reforzar las ideas reductoras.

Los Dunphy de Oates son un ejemplo de prejuicios liberales contra la gente como ellos, fanáticos religiosos faltos de formación. Cuando Edna Mae se libra por fin del estupor inducido por los medicamentos es porque la religión la llama a participar en el "Día en Recuerdo de los No Nacidos Asesinados por el Aborto". La ocasión incluye rebuscar desechos médicos en los contenedores de las clínicas ginecológicas para rescatar y dar sepultura a los bebés descartados.

En la novela, la religión es un trastorno, y no hace nada de lo que ha hecho por la gente a lo largo de milenios: ofrecer sabiduría o consuelo. Es cierto que no hace falta que la obra defienda a la cristiandad, pero tampoco debería rendirse a los estereotipos sobre la fe y los creyentes.

En todo ello hay una buena dosis de engreimiento y, lo que es peor, un peligroso paternalismo. El Otro, en este caso los blancos trabajadores pobres, es despachado sumariamente como una horda ignorante necesitada de guía (liberal). El extenso intento de Oates de ahondar en sus vidas deriva en una caricatura deshumanizadora. La literatura carga con la tarea de encontrar el matiz, de observar los puntos de vista rígidos que la rodean. Si no cumple su tarea no puede triunfar artísticamente, o, como en el caso de esta novela, ni siquiera como la obra se ha propuesto.

© NEW YORK TIMES BOOK REVIEW