Homo Lubitz
Ricardo Menéndez Salmón
2 febrero, 2018 01:00Ricardo Menéndez Salmón
Dice Control, nombre del enigmático personaje cuyo despótico poder planea sobre Homo Lubitz, que "el mundo, a pesar de nuestros esfuerzos, es casi siempre caos y oscuridad". Y el narrador enfatiza en cursiva los dos sustantivos: "Esas palabras empleó: caos y oscuridad". Ambos términos sintetizan la inquietante mirada contemporánea acerca de nuestro planeta que inspira la escritura de Ricardo Menéndez Salmón (Gijón, 1971), de casi toda su obra y también de esta nueva incursión en la realidad actual; en nuestro tiempo y con presagios de extenderse más allá como una maldición bíblica.Vuelve, pues, el exigente narrador asturiano al territorio imaginativo y moral que le es propio y lo hace con una moderada distopía: la acción de la novela se sitúa en 2025. La proximidad de esta fecha le permite ahorrarse la parafernalia habitual en la ficción fantástica y presentar datos que nos resultan familiares, y, a la vez, insinuar con verosimilitud hechos propios de un futuro inquietante. El argumento acaba con un dron, invento reciente cuyas consecuencias futuras no podemos ahora llegar a imaginar.
Al autor Menéndez Salmón le preocupan cuestiones de tipo filosófico y especulativo, y sobre ellas construye un relato alegórico en Homo Lubitz. Sabe, sin embargo, que esta clase de narración abstracta necesita un soporte imaginativo suficientemente concreto. A este fin cuenta de entrada una historia imaginaria pero posible. El protagonista, Richard O'Hara, consigue que las autoridades chinas firmen un fabuloso convenio con Arconte Limited, multinacional farmacéutica presidida por Control, para que millones de ciudadanos puedan consumir lácteos. La joint venture ("la más completa, rápida y radical operación colectiva de la historia humana") entre un capitalismo salvaje y una manipulación política que encubre un auténtico genocidio provoca terribles consecuencias.
Despliega Menéndez Salmón en esta anécdota magníficas cualidades: excelentes apuntes del contraste entre oriente y occidente, poderosas descripciones y retratos humanos, sabio juego de lo ensayístico y lo anecdótico, puntadas de humor y creativas imágenes; en suma, una buena historia de ideas con un ameno desarrollo novelesco. Si hubiera acabado aquí el libro, tendríamos una magnífica novela corta -modalidad que ya ha cultivado el autor con gran acierto y que parece adaptarse muy bien a su ADN literario-, intensa, profunda y entretenida. Sin embargo, la enlaza con una segunda peripecia.
Muy satisfecho Control con O'Hara, además de abonarle una cifra suculenta, le hace otro encargo: localizar en algún lugar del planeta el sitio exacto recogido por una fotografía. La propia idea es poco creíble y su tratamiento se despeña en una complicación enorme. Toda la compleja anécdota resulta intrincada y, falta de un mínimo de trabazón, uno se pierde en los sucesos, bastante gratuitos o inexplicados, y queda aprisionado en un bucle de ideas que carecen de suficiente respaldo narrativo. Ayudan a saber qué asuntos se abordan las referencias al cine (fuerte presencia de David Cronenberg) y a cierto arte moderno (Pollock y varios pintores abstractos nihilistas), y el recuerdo del copiloto suicida alemán Andreas Lubitz que causó una tragedia en 2015 (a quien remite el título del libro con valor de categoría de nuestra especie), pero la novela no les da bastante encarnadura narrativa.
Menéndez Salmón utiliza una implacable imaginería expresionista para trasmitir que vivimos en un mundo incomprensible sometido a la doble ley del accidente y del vacío. Ciertamente, comunica una fuerte sensación de extrañeza respecto de la vida moderna, la cual escapa a nuestro albedrío y en la que somos marionetas cuyos hilos manejan y fuerzas incontrolables. El precio que paga este vigoroso alegato, auténtica parábola moral de una humanidad desnortada, es un férreo intelectualismo, acentuado al extremo en la segunda trama argumental, y una lectura en exceso ardua y árida. Aunque Menéndez Salmón haga muy seria literatura, indiferente a los relatos complacientes con el mercado, Homo Lubitz exige demasiados esfuerzos.