Image: 4 botas

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Novela gráfica

4 botas

Keko

6 marzo, 2003 01:00

Ediciones de Ponent. Onil, Alicante, 2002. 54 págs, 16 euros

Hubo que esperar a que el 2002 estuviese a punto de finalizar para que llegara a las librerías el que es el mejor álbum español aparecido durante ese año, un libro que ha servido también para recuperar la voz de uno de los mejores historietistas españoles, acogida al silencio durante un largo tiempo.

Keko se dio a conocer a mediados de los ochenta en las páginas de la revista Madriz, y desde el principio fue evidente que estábamos ante uno de esos pocos autores que surgen de tarde en tarde dotados de una suerte de capacidad innata para narrar torrencialmente al tiempo que ponen en pie un universo propio. El suyo se caracterizaba ya en aquel momento por algunos de los factores que hacen de este 4 botas una auténtica joya: una buena asimilación de la iconografía de la cultura popular, un rotundo empleo discursivo del claroscuro y una armonía orgánica entre la planificación y el relato. Obras como La isla de los perros, Livingston contra Fumake (sobre guión de Mique Beltrán), Todo al negro, ¡ Voraz !, o Perros y pistolas fueron prodigiosos peldaños que le permitieron llegar hasta el título actual, que tiene mucho de cancelación de toda una etapa.

El protagonista, empleado en una editorial que dedica especial atención a la cultura popular, está especializado en el material relacionado con los años cincuenta, un período que Keko ha venido sometiendo a continua revisión desde sus inicios. Sin que sepamos a ciencia cierta cuál es el grado de realidad sobre lo que cuenta y cuál el de fantasía desequilibrada y lúcida por igual (con referencias explícitas al Ingenioso Hidalgo Don Quijote), este hombre que vive entre libros y tebeos de ese período cree descubrir una de esas teorías conspirativas tan propias de los medios de masas estadounidenses. En este caso, el indicio para desenmascarar una cara oculta de la terrible caza de brujas del senador McCarthy. La alucinación de esa víctima, que no cesa de viajar continuamente entre los dos lados del espejo, le sirve a Keko para hacer un irónico ajuste de cuentas consigo mismo y con una forma de leer esas imágenes que, descafeinadas de todo sentido, llevan unos cuantos años enseñoreadas de la moda gráfica.