Para lo que no existe
Álvaro García
20 junio, 1999 02:00Poco atractivos para un lector superficial, estos poemas están llenos de secreta pasión y de consoladora sabiduría; tras la cáscara, a menudo opaca, esconden un lúcido núcleo irradiante
D esde su primer libro significativo, La noche junto al álbum, de 1989, la poesía del malagueño álvaro García ha mostrado una decidida vocación de sequedad, de frialdad aparente, que contrasta con el recamado verbalismo de buena parte de la poesía andaluza y no sólo andaluza.Poco atractivos para un lector superficial, que tropezará con su casi siempre hermética superficie, con su falsa apariencia de razonamiento abstracto, estos poemas están llenos de secreta pasión y de consoladora sabiduría; tras la cáscara, a menudo opaca, esconden un lúcido núcleo irradiante, un esfuerzo por desentrañar aspectos de la realidad para los que el lenguaje común -como el lenguaje literario más habitual- suele mostrarse ciego.
Sorprende en el conjunto del libro un poema como "Confesión". Ningún poeta menos confesional que álvaro García; en él, la experiencia de vivir, antes de pasar al verso, es destilada minuciosa, rigurosamente para que su poso de verdad pierda todo lo que pudiera tener de subjetivo desahogo. "Confesión" nos habla de lo difícil que resulta conciliar el amor y el amor a la libertad. Un acierto del poema, que vale como un espléndido autorretrato, pero que es más que eso, se encuentra en la no distinción entre el amor y la amistad, ámbitos igualmente propicios a la ilusión y a la traición. En la última entrega de su diario, Una caña que piensa, Andrés Trapiello ha escrito: "A veces dos amigos discuten para siempre. Resulta doloroso para ambos, pero deciden llevar adelante esa disputa. Sienten que necesitan todo el aire para respirar y marcharse cada uno por un lado para recorrer caminos diferentes". La literatura dialoga con la literatura; difícil parece dejar de ver en el poema de álvaro García una réplica, aunque probablemente no lo sea, a las duras páginas -de la 204 a la 210- que en el libro de Trapiello nos hablan de una amistad traicionada.
No es éste, tan personal, el único caso de diálogo con la tradición más inmediata que encontramos en el libro de álvaro García. Un poema como "El joven inmortal" remite a uno de los más conocidos poemas de Carlos Bousoño, "El joven no envejece jamás", incluido en Las monedas contra la losa, de 1973 (y éste, a su vez, reelabora uno de los Poemas de la consumación, de Aleixandre). No señalo estos antecedentes como un demérito; todo lo contrario: leer juntos esos textos sirve para mejor resaltar la personalidad de cada uno de ellos.
Para lo que no existe, contra lo que pudiera parecerle a un lector apresurado, no es un libro monocorde. Los eneasílabos y las rimas agudas de "La canción del atlas" -con sus ecos temáticos de García Baena, formales de Gil de Biedma y, más remotos, de Espronceda- contrastan con el tono reflexivo de "Regreso", meditación ante un trozo de cuarzo que nos enseña, por contraste, a ser lo que somos, "fugaz parte del mundo"; lo que tienen de divagación abstracta los menos conseguidos de los textos se contrapone a la anécdota doméstica o casi costumbrista, pero siempre trascendida, de otros, como por ejemplo "Feria en la ciudad antigua", "Las atalayas" o "Gato en el hombro", al que pertenecen estos versos: "Cuando este gato elige/ la oculta irraciación de tu tristeza,/ su pelaje te salva de ti mismo./ Después se lleva al ático,/ mansamente, el voltaje de tu pena,/ la corriente del no que por tu sangre/ le dice no a las cosas de este día".
Canción y epitafio, gravedad y gracia, reflexión y revelación, de todo hay en Para lo que no existe, un libro de poco llamativa apariencia, un libro que no abre fácilmente sus puertas, voluntariamente antipático, pero de riquísima pulpa, de consoladora entraña, un libro en el que los sueños arden de pura lucidez, según se nos dice en el poema "ícaro", y en el que acertamos a vislumbrar "algo más claro que la vida", eso que no existe y "que es donde vivimos".
Cada manera de entender la poesía -y hay muchas, todas ellas válidas, aunque quizá no todas igualmente válidas en cada momento histórico- tiene sus riesgos, y los de álvaro García están claros -vaguedad, frialdad, una cierta tendencia al verso borroso o que se quiebra de sutil-, pero tiene también una capacidad de acierto y de enriquecimiento que sólo es posible asumiendo tales riesgos. álvaro García los ha asumido valientemente y está siendo muy justamente recompensado por ello.