Image: Orco

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Poesía

Orco

Eduardo Jordá

3 mayo, 2000 02:00

Prensas Universitarias de Zaragoza. Zaragoza. 2000. 63 páginas, 900 pesetas

Raro libro este de cuentos que parecen poemas y de poemas que parecen cuentos, como rara es la trayectoria de su autor, Eduardo Jordá

Espronceda denominó "cuento" a su largo poema narrativo "El estudiante de Salamanca"; Eduardo Jordá no se atreve a denominar ni cuentos ni poemas en prosa a los textos que incluye en Orco: hay en ellos una indefinición genérica que no deja de tener su repercusión a la hora de la lectura.

Es frecuente arremeter contra el prurito clasificador de los críticos, contra su apresurado afán de etiquetarlo todo. Pero el rechazo del abuso no debe incluir el del buen uso. La clasificación genérica es algo más que una etiqueta para los manuales: es una guía de lectura. En el poema moderno lo no dicho importa tanto como lo dicho; los abundantes espacios en blanco de un libro de poemas no son un capricho tipográfico: son parte del poema. Poesía es el arte de la elipsis y la sugerencia: en poesía el lector es siempre coautor.

El primer texto de Orco, "Los abedules", tiene aire de fábula sin moraleja, o de fábula cuya moraleja es el sinsentido de la historia; también "Los dos amigos" es una fábula sobre el amor en tiempos del sida (palabra que no se menciona), aunque en este caso la moraleja está clara: lo que el miedo anuncia puede ser menos destructor que el propio miedo. Muchos de los capítulos de Orco están inspirados en experiencias viajeras, y recuerdan los fragmentos de Terra incógnita, el dietario o cuaderno de notas de Jordá, tan próximos en ocasiones al esbozo de poema: Días de niebla. Durante toda la noche se oyen las sirenas de los barcos, y uno no sabe si van o si vienen, ni adónde van ni de dónde vienen. Pero eso es precisamente lo que nos gusta de esas sirenas que no podemos identificar. Porque de repente estamos en el puente resbaladizo de un carguero, haciendo señas con una linterna, mientras el barco se abre paso entre la bruma que la luz de la luna es incapaz de traspasar".

También el culturalismo -tan característico de la poesía de los 70- tiene su lugar en estas páginas: "El viaje de los Magos" recrea un poema de Eliot que ya sirvió de inspiración a Cernuda; "Osia y Nadia" evoca, con concisión ejemplar, la peripecia última del poeta Mandelstam, poeta en tiempo de miseria; "Plenos poderes" fantasea con un Rimbaud al que nombra comisario de orden público el Supremo Consejo de la Comuna; "Cabeza de muchacha" se inspira en un cuadro de Vermeer. Más próximo a lo que convencionalmente se entiende por poema en prosa resulta "Canción junto al fuego de turba", que recuerda los pasajes líricos y exentos que Baroja gustaba de incluir en algunas de sus novelas.

"Espectros" puede ponerse en relación con la "galería de fantasmas" que es la poesía de Juan Luis Panero y tanta otra poesía moderna basada en la meditación autobiográfica: "¿Dónde están todos esos espectros que el tiempo ha fabricado con nosotros, para luego dejarlos abandonados, a merced del vacío, sin futuro ni pasado, ni siquiera desterrados en el más allá, tan sólo amnésicos, sin destino y quién sabe si inmortales?", comienza preguntándose el poema. "Compañías de fin de año" concluye con una variación sobre el mismo tema: "Sacaré un cuaderno de colegial que fue de Joan Lladó, que murió este verano, y las baquetas de una batería que fueron de Sebas Mas, que murió hace cinco años. También recibiré a algunos de mis otros yos que se quedaron perdidos por el camino, o que no quisieron seguir conmigo porque no estaban de acuerdo con el rumbo que le iba dando a mi vida. A esos otros yos, que ahora vagan por una calle nebulosa que es la misma por la que yo pasé y que, sin embargo, es una calle que jamás existió, les preguntaré que opinan de mi vida, y luego escucharé sus consejos, si quieren dármelos".

El capítulo final, titulado como el libro, es el más extenso de todos. Está inspirado, según nos indica el propio autor, en una vieja costumbre de los gitanos de Centroeuropa, los mismos que protagonizan, disparatados, trágicos y felices, las películas de Kusturica: "enterrar un par de botas junto a los muertos, para que no les falten botas de repuesto en los caminos del más allá". Los personajes de Orco deambulan por otro mundo que es a la vez infierno y paraíso, lo mismo que el que han abandonado.

Raro libro este de cuentos que parecen poemas y de poemas que parecen cuentos, como rara es la trayectoria de su autor, Eduardo Jordá, mallorquín de 1956, autor de una novela, de un dietario, de un libro de viajes, de dos biografías sobre figuras de la música popular, traductor y, sobre todo, maestro en la difícil facilidad del articulismo literario. Su dispersión no ha facilitado la difusión de su nombre. El lector que lo retenga y lo busque acá y allá, en prólogos, en algún suplemento provincial, en minoritarias editoriales, puede estar seguro de que nunca quedará defraudado.