Image: Partidarios de la felicidad

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Poesía

Partidarios de la felicidad

Carme Riera

13 septiembre, 2000 02:00

Carlos Barral junto a Castellet

Círculo de Lectores. Barcelona, 2000. 363 páginas, 2.200 pesetas

Como una segunda edición, muy corregida y ampliada, de la Antología parcial que Jaime Ferrán publicó en 1976, puede considerarse esta otra antología que Carme Riera dedica al "grupo catalán de los 50". Los poetas seleccionados son los mismos, aunque el criterio de agrupación de los textos resulte distinto: a Riera le interesa subrayar menos la personalidad de cada poeta que los rasgos que unifican al grupo. De ahí que la antología sea temática, como lo fue la Antología de la nueva poesía española (1968), de José Batlló, que de alguna manera puede considerarse su modelo.

La metapoesía, los recuerdos de infancia, la poesía social, la amistad, el erotismo, la ciudad, el envejecimiento y la religión son los núcleos temáticos que Riera encuentra más característicos de estos poetas. No todos tienen la misma significación: la preocupación religiosa resulta muy escasa (inexistente, en realidad) en el núcleo central del grupo. De hecho, el capítulo correspondiente del libro sólo selecciona poemas de Jaime Ferrán, Lorenzo Gomis y Enrique Badosa.

Insiste Riera, quizá algo excesivamente, en el concepto de amistad como nexo de unión entre estos poetas: estudiaron juntos, se emborracharon juntos, se corregían los poemas, llevaban con frecuencia al verso anécdotas vividas en común. Incluso llega, para consolidar su tesis, hasta el extremo algo ridículo de señalar en nota "que los poetas del grupo catalán estuvieron a punto de vincularse entre sí emparentándose gracias a sus primas". Pero esa amistad y esa colaboración, que ciertamente hubo (sobre todo entre Gil de Biedma y Barral), no es un rasgo que unifique a todos los poetas de esta antología, ni me parece que tenga especial valor fuera del anecdotario más o menos pintoresco. A ratos da la impresión de que Riera da más importancia como nexo de cohesión generacional al hecho de haber tomado muchas copas juntos que a la utilización de similares recursos estilísticos.

Hay, sin embargo, una contradicción entre el andamiaje conceptual de la antóloga (que proviene de su libro La escuela de Barcelona) y los poetas que selecciona, que no sólo son amigos y residentes en la misma ciudad: incluye a nombres como Badosa que nunca contó con excesivas simpatías del tándem Barral-Gil de Biedma. Aunque Partidarios de la felicidad se subtitula "Antología poética", no es sólo una antología poética: junto a los poemas aparecen numerosos fragmentos de las memorias de Barral, algunas cartas y un inane artículo de José Agustín Goytisolo que cuenta con un incidente etílico que se quiere divertido y que pretende subrayar la importancia de la amistad entre parte de los antologados. Se debe ello a que el interés de la antóloga al preparar el libro no parece ser principalmente estético sino histórico y sociológico.

No le quitan estas observaciones interés al volumen -hermosamente impreso e ilustrado-, en el que el lector se encontrará con poemas bien conocidos, junto a otros que quizá lea por primera vez. Podrá comprobar aquí que Jorge Folch, muerto trágicamente a los 21 años, es algo más que una anécdota: la intensidad y la sobriedad clásica de su verso nos sigue admirando todavía; que Gomis es un poeta desigual, irónico y verdadero; que Badosa no se merece la tercera o cuarta fila en que habitualmente se le coloca (J. Ferrán, que preparó la Antología parcial para hacerse un sitio junto a sus compañeros más célebres, sí parece merecer ese discreto lugar); que Costafreda vale sobre todo por sus poemas últimos, los menos retóricos, los más inolvidables.
Carme Riera da la impresión, seguramente injusta, de haber llegado a la poesía del 50 desde el estudio de la biografía de algunos poetas barceloneses, y ello se nota en este libro, lleno de curiosos datos para la sociología de la literatura. Los detractores del método generacional -los Gamoneda, los Miguel Casado- encontrarán abundantes argumentos para reforzar su tesis en Partidarios..., donde parece identificarse generación con grupo de amigos y con instrumento de promoción en el mercado literario. Pero las generaciones y los grupos de los que vale la pena hablar en la historia de la literatura son otra cosa: es la afinidad estética lo que cuenta, vaya o no acompañada de afinidades personales. Y la calidad, claro: si hoy nos importan Gil de Biedma, Barral y Goytisolo no es porque fueran más o menos amigos, ni porque tuvieran a su disposición una editorial, una antología y un crítico como Castellet, sino porque se trataba de un gran poeta y de dos excelentes poetas (a rachas, el segundo). Partidarios de la felicidad es un libro a la vez viejo y nuevo, sorprendente y consabido, en el que hay mucho que admirar y algo que discutir, lo que forma parte de su encanto.