Poesía

Poesías completas

Ricardo Paseyro

11 octubre, 2000 02:00

Biblioteca Nueva. Madrid, 2000. 429 páginas, 2.885 pesetas

Sus cincuenta años de escritura unitaria y compacta los reúne Paseyro en estas Poesías completas, muy antiguas y muy modernas, con algún toque de ayer y la mejor música de siempre

Nada más fácil que descubrir poetas que han desarrollado su obra al margen del canon, fuera de la reducida nómina familiar a los interesados, e incluso a los especialistas. Casi todos están en ese caso; lo difícil es encontrar, en ese indefinido centón, un nombre que valga la pena rescatar, recomendar al lector curioso.

Ricardo Paseyro es un poeta uruguayo, residente en París desde los años cincuenta, nacionalizado francés, que ha publicado la mayor parte de su obra, muy espaciadamente, en España. Su último libro, El mar (1999), apareció en la colección poética de la desaparecida revista Poesía, por ejemplo, dedicada a promocionar nuevos autores; pero su autor, nacido en 1924, llevaba ya medio siglo de dedicación poética. Esos cincuenta años de escritura unitaria y compacta son los que se reúnen ahora en estas Poesías completas, a la vez muy antiguas y muy modernas, con algún toque de ayer y la mejor música de siempre.

La figura de Ricardo Paseyro recuerda a la de los modernistas. Como ellos tiene vocación cosmopolita, pero es muy consciente de que la capital del mundo se encuentra en París. Los poemas de su primer libro, Plegaria por las cosas (1950), se firman en Montevideo, en Viena, en Beirut, cada uno en un lugar distinto; su última entrega, ya citada, lleva al frente la siguiente "Noticia": "El año último emprendí una vuelta al mundo en barco. El carguero inglés Speybank zarpó del Havre el 4 de julio; pasó, luego, por los canales de Panamá y Suez, y ancló, al retorno, en Amberes, el 14 de octubre". El lector podría pensar que nos encontramos ante una nueva versión del colorista y algo superficial de Enrique Gómez Carrillo, o ante una reescritura de libros como El éxodo y las flores del camino, del no del todo justamente desdeñado Amado Nervo.

Pero Paseyro es un poeta que procura "no demorarse" -así afirma al comienzo de Para enfrentarse al ángel- en la cotidianidad y la anécdota, el exotismo y el sentimentalismo; su poesía procede, muy directamente, de la poesía pura juanramoniana. El mar de que nos habla en su último libro no es el mar de Stevenson y Conrad, sino el Diario de un poeta recién casado y Animal de fondo, un ámbito contemplativo, una experiencia mística en sí mismo: "¡Todas las noches solo con el mar!/ ¡Todas las noches solo con el cielo!/ Me voy conmigo mismo: empieza el viaje".

Una cierta monotonía formal caracteriza a la poesía de Paseyro; dos son las formas que prefiere y que repite hasta la insistencia: el poema breve -entre seis y diez versos- en endecasílabos blancos y la balada que utiliza la rima asonante y la musicalidad del estribillo. En ambos casos, no está lejos el modelo juanramoniano, pero Paseyro acierta a darles un inconfundible toque personal. Sus mejores poemas son aquellos en los que la figura del poeta parece desvanecerse, en los que el sucederse de los días en un mundo sin nadie adquiere caracteres de protagonista: "¡Que la tierra no sepa que estoy vivo!/ ¡Que no sientan los mares que navego!/ ¡Que no comprenda el cielo que le miro!/ ¡No me descubra en su reloj el tiempo/ y no se agite el aire, si respiro!/ Soy visitante apenas, no me quedo,/ me voy del mundo sin haber venido..."

Leer por primera vez a un poeta en sus poesías completas, como le ocurrirá a muchos lectores españoles con Paseyro, tiene sus riesgos. No se puede leer como un libro lo que no es un libro, sino una colección de libros, toda una vida. Lo que es coherencia en la visión del mundo puede parecer como monotonía; la búsqueda de lo esencial, el prescindir de la anécdota, fácilmente nos suena a sequedad.

Las poesías completas de un poeta, si es un poeta de verdad, nunca serán el libro de la semana, ni del mes; compendian una vida y son lectura de una vida. No siempre Paseyro está a la altura de sus ambiciones (y toda una compilación subraya, más que los aciertos, las caídas: por eso resultan mortales para el poeta de relumbrón), pero con insólita frecuencia encierra en unos pocos versos inéditas facetas de la realidad, nos ofrece la condensación diamantina de una larga experiencia. Son poemas, los mejores de entre los suyos, que si deslumbran y ciegan al lector apresurado (que no verá en ellos más que una sucesión de palabras unidas por el sonsonete del endecasílabo), iluminan al lector atento con su seca desolación, su exacta belleza y su desnuda verdad.

POESíA

Inútilmente peregrino, viajero

de los infiernos, voy de niebla envuelto,

busco la lumbre de la tierra, el signo

del infinito, el sortilegio, y siento

que una luz embrujada me traspasa,

lumbre de perfección, luz absoluta, torbellino más bello que la muerte.

Cerrado círculo de fuego,

inasible frontera fulminante

que me llama y me tiende su alto abismo [...]