Image: Literatura en Granada

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Poesía

Literatura en Granada

Andrés Soria Olmedo

25 octubre, 2000 02:00

Diputación de Granada, 2000. 607 páginas

Andrés Soria Olmedo acredita en este libro erudición y gusto. Su pormenorizado estudio preliminar concede el adecuado espacio a las grandes figuras, como Lorca, pero no olvida mínimas e ilusionadas colecciones poéticas

Granada, en poesía, es algo más, bastante más, que una provincia española, algo más también que la patria de Lorca, aunque su sombra, a veces, parezca llenarlo todo. De Ganivet a Luis Muñoz, Soria Olmedo ha estudiado y antologado cien años de poesía granadina y el resultado asombra por lo plural e intenso, por su capacidad para escapar a la seducción localista, siempre tan presente. Soria Olmedo, catedrático de literatura, acredita en este libro dos cualidades que rara vez se dan juntas: erudición y gusto. Su pormenorizado estudio preliminar concede el adecuado espacio, a las grandes figuras, pero no por ello olvida grupos, revistas, mínimas e ilusionadas colecciones poéticas, sin las cuales, aunque desde nuestra perspectiva actual pueden parecernos poca cosa, no se entienden , ni son posibles, los nombres mayores. Y la antología es, efectivamente, lo que su nombre indica: una selección de poemas valiosos. No todos igualmente valiosos, claro está. El gusto del seleccionador a veces ha de condescender con la representatividad histórica o, en los últimos años, con la necesidad de que estén representadas todas las escuelas, grupos o grupúsculos que han polemizado reiteradamente, y con alguna violencia, y que todavía mantienen las espadas en alto.

Un libro de este tipo resulta atractivo para muy diversos lectores. A algunos les interesarán sólo los nombres más significativos, los que no faltan en ninguna antología de la poesía española, comenzando por García Lorca y concluyendo con Luis García Montero, a quien han hecho célebre, menos sus méritos -no escasos- que esa rara mezcolanza de detractores -Blanca Andreu u otros, revueltos con los vates más analfabetos y desinformados- que ha tenido la suerte de concitar en torno suyo. Miguel García-Posada y José Carlos Mainer elogiaron, quizá sin mucho acierto, un endecasílabo de García Montero, "Tú me llamas, amor, yo cojo un taxi", y desde entonces no hay poetastro ni criticastro que no lo haya hecho objeto de su rechifla, sin tomarse la molestia de leer el poema en el que inserta. Soria Olmedo tiene el acierto de seleccionarlo, y es un hermoso poema de un libro de amor, Diario cómplice, que quiere hablarnos de una pasión de siempre con palabras de hoy, pero que no renuncia a una tradición de la que también forma parte Campoamor. Para algunos otros lectores la sorpresa de este libro estará en algún poeta aparentemente menor, o quizá verdaderamente menor, pero nos ofrece un acorde que no encontramos en los poetas mayores. Me ha sorprendido encontrarme con Miguel Pizarro, de novelesca peripecia vital, poeta tardío, a quien este verano un amigo me evocaba en el jardín botánico de Brooklyn, escenario habitual de sus melancólicos paseos de los últimos, y al que alude en un poema de esta antología "pensativo y sin duelo".

Junto a Manuel Pizarro, "fecha sin blanco", otro nombre que llama la atención es el de Francisco García Lorca, algo más que el hermano de su hermano: un poeta verdadero y hondo al que su apellido ha vuelto invisible. Hay más sorpresas en el libro, ya desde el comienzo. La sorpresa de un sobrio poema de Ganivet o de un desdeñado Villaespesa, al escuchar de nuevo versos que habíamos dejado de oír por tópicos.

Y es que no sólo estudia y antología Soria a los poetas granadinos; también nos ofrece una muestra de los poetas que alguna vez pasaron por Granada y le dedicaron sus versos (Juan Ramón Jiménez está así presente), o los que en esa ciudad residen y han realizado en ella gran parte de su obra, como Miguel d’Ors, quejumbroso y gallego, montañero y católico, testigo asombrado de los milagros de la cotidianidad, que declara escribir para que "tanta hermosura no se confunda con la nada cuando yo ya no esté aquí para decirla".

Entre alguna retórica gastada por el tiempo, como no podía ser de otra manera, cuánta hermosa sorpresa -el intimismo de Elena Martín Vivaldi, la pasión manierista de Antonio Carvajal, la voz rota de Pablo del águila, la geométrica desesperanza de Justo Navarro- hay en un libro que corría el riesgo de ser sólo un provinciano ejercicio de aburrida erudición localista, que corre el riesgo de que lo tengan por tal los lectores distraídos.