Image: Antología poética

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Poesía

Antología poética

Joan Perucho

8 noviembre, 2000 01:00

Traducción de Rosa Lentini. Igitur/Poesía. Tarragona, 2000. 149 páginas, 1.900 pesetas

Su peculiar uso de la fantasía, el humor y la erudición ha hecho que a Joan Perucho se le emparente a menudo con Cunqueiro y con Borges

Poeta, narrador, articulista, memorialista, Joan Perucho es un escritor, si no siempre feliz, siempre inconfundible. Su peculiar uso de la fantasía, el humor y la pormenorizada erudición ha hecho que se le emparente a menudo con álvaro Cunqueiro y con Borges. Con el primero, que supo entremezclar como nadie costumbrismo y magia, tiene más de un punto de contacto; con el segundo, muy pocos, aunque otra cosa pueda parecerle al lector apresurado: la inteligencia y la ironía de Borges, su calidad de página, faltan en Perucho, siempre algo borroso y deshilachado, mejor escritor en el mitificante recuerdo que en la lectura atenta de sus páginas.

Joan Perucho se inicia como poeta a comienzos de los años 40, pero no publica esos poemas primeros hasta medio siglo después, en 1995. Son poemas muy deudores de un difuso surrealismo, lo mismo que los de su primer libro editado, Sota la sang (1947). Los ecos de Aleixandre resultan evidentes: "Pero dime, rosa, gusano o piedra sepultada", "esta tu voz impura que gotea en mi noche / como un llanto o una lira". Tres libros de los años 50 -Aurora per vosaltres, El mèdium y El país de les merevelles- nos presentan ya a Perucho dueño de un mundo propio localista y culturalista, grato y menor. Son poemas de muy claro referente, al contrario que los anteriores, llenos de nombres propios, de anécdota, más alusivos que elusivos. Poemas que hablan de una "Ciutat del Segre" -Lérida- y de Tossa de Mar; también de Teseo y de viejas postales del fin de siglo, de la clave de los sueños y de Jack el Destripador, de las figuras de un museo de cera y de los muertos de la guerra civil.

Más de veinte años tardará Perucho en volver a la poesía, y lo hace con sorprendente fecundidad: entre 1983 (Quadern d’Albinyana) y el 2000 (El morts) publica una decena de libros. Pero basta leer la selección que nos ofrece Rosa Lentini para comprender las razones de esa facilidad: Perucho, cumplidos los 60, ha hecho suya la estética del "todo vale", ha decidido prescindir de la papelera; cualquier apunte, cualquier anotación, en prosa o verso, puede ser considerado poema, según suele ocurrir en las ediciones póstumas de los autores célebres, en las que los textos literarios dejan de ser tales para convertirse en reliquias sobre las que resultaría sacrílego cualquier juicio de valor. Creo que bastará un ejemplo para entender lo que digo. El poema "Eugenio d’Ors" -lo cito completo dice así: "El día 3-I-48, Eugenio d’Ors me escribió/ diciendo textualmente: ‘Qué lástima que su bello poema/ no fuera leído en nuestra cena del día 27’./ Me lo escribió desde el Faro de San Cristóbal/ donde, años después, moriría, enterrándose/ en Vilafranca, a un paso de la tumba/ de la gentil y enigmática Matilde,/ donde se yergue un ángel imponiendo silencio/ con un dedo en los labios./ Admiré a Xènius, hors mesure, por sus ‘Cartas a Tina’, ‘Sijé’,/ ‘La Bien Plantada’ y el conjunto del ‘Glosario’./ Desde entonces fui devoto de la angeología/ y de cualquier palabra del Pantarca./ Fue, con Carles Riba, la persona más admirada/ para mí, y la más querida en su cielo". Como improvisada nota necrológica, como rápida respuesta a una solicitud periodística para la colaboración en algún homenaje, se lee y se olvida sin especial reproche, pero del poema solemos esperar otra coherencia y otra intensidad. El autor y la antóloga, sin embargo, parecen tener diversa opinión, porque no escasean las naderías como la serie titulada "New York".

Resulta, sin embargo, un tanto injusto centrarse en esas caídas, que la antóloga podría haber evitado (el prólogo de Juan Manuel Bonet está lleno de sugerencias para una selección mejor), y no en otros poemas breves y misteriosos, con una capacidad de sugerencia aprendida en cierta poesía oriental, con un encanto leve que parece desvanecerse si los leemos con demasiada atención. Muy pocos reparos se le pueden poner al texto castellano, que, además, en lo que a la primera etapa se refiere, es del propio autor, pero la proximidad de las lenguas no deja de jugar alguna mala pasada. "El último amigo", uno de los "Tres poemas nipones", dice así: "El miserable / se tiende junto al último árbol. / Privándole de la sombra / ya las amarillas hojas se desprenden". En catalán el primer verso es también "el miserable", pero esa palabra tiene hoy en castellano una connotación de "mala persona" que no parece adecuada para el poema. Lentini, en "Washington D. C." hace que una ardilla cave la tierra mojada y luego "se cuelgue por debajo" (en catalán: "al dessota"); difícil parece: ¿no será que se cuelga "boca abajo"?