Poesía

Las pascuas del tiempo

Julio Herrera y Reissig

15 noviembre, 2000 01:00

Biblioteca Nueva. Madrid, 2000. 261 páginas, 1.000 pesetas

Las Pascuas del Tiempo es un poema que mezcla lo exótico con lo espectral en un hermoso y sonoro guirigay que celebra la confusión, la belleza y la decrepitud del Tiempo, cuando cambia un siglo

Luis Iñigo Madrigal y Jenaro Taléns han preparado -y anotado- una bonita edición conmemorativa de los cien años de un poema largo, simbólico del modernismo hispano más avanzado: Las VIII partes de Las Pascuas del Tiempo, publicado por primera vez en el Almanaque Artístico del siglo XX, de Montevideo, precisamente en 1900.

Desde su famosa Torre de los Panoramas, donde tenía su tertulia, el uruguayo Julio Herrera y Reissing (1875-1910) era, a un lado del Río de la Plata, una de las grandes antenas del Simbolismo, a la par que al otro lado del fabuloso río, en Buenos Aires, levantaba ese estandarte azul de modernidad y belleza, Leopoldo Lugones. Curiosamente -extrañamente- ambos autores (verdaderos monumentos de nuestra lengua) han sido y son mal o poco conocidos en España. Pablo Neruda preparó en Madrid, a principios de 1936, un número de su revista Caballo verde para la poesía en el que, desde el surrealismo, se rendía homenaje creativo a Herrera y Reissig que, entre otras cosas, había sido un gran liberador de la lengua, un creador de ritmos, verbos y fulgores magnéticos. En el número colaboraban (con el propio Neruda) García Lorca, Vicente Aleixandre y Miguel Hernández, entre otros... El número, impreso ya en casa de Manuel Altolaguirre, se perdió por entero, en los inicios terribles de la Guerra Civil... Quizás esta cuidada edición de Las Pascuas del Tiempo tenga un vago afán recuperador de aquella pérdida, de aquel homenaje, del que sobrevivieron, aparte, los poemas de Aleixandre y de Lorca.

Las Pascuas del Tiempo, como dice Jenaro Taléns en su breve epílogo es un poema que mezcla lo exótico con lo espectral en un hermoso y sonoro guirigay que celebra la confusión, la belleza y la decrepitud del Tiempo, cuando cambia un siglo. Su Majestad el Tiempo (se titula la primera parte) es El Viejo Patriarca, / que todo lo abarca... Herrera y Reissig -que se siente alucinado y alucinante- imagina una gran fiesta de fin de año donde, delante de ese Viejo Patriarca, se malgaman en alocada algarabía las Horas, los Meses, las Estaciones y todos los grandes personajes de la Historia, una suerte de gran baile de máscaras, en el que predomina el lujo, el hedonismo, la belleza, la sombra de la caducidad, y también una especie de continua ironía que pone en sordina el Tiempo y la Historia, acabando todo en un desfile de la concurrencia, tras la extraña bacanal, mientras los viejos Ciclones tocan en sus flautas. En este largo y unitario poema (tan significativo del hacer general de Herrera y Reissig) llama la atención la lengua sonora y voluntariamente artificiosa, la amalgama de héroes, reyes y escritores caros al decadentismo, y la sensación de fabulosa locura que todo lo sobrevuela. ("Y sin que haya espiritistas saltan las mesas y bancos./ Byron, Tirteo y Quevedo se olvidan de que son cojos.) Confusión, belleza, delirio, desorden, desgana, esplendor, caos, mientras El viejo Patriarca se queda dormido.

Por supuesto que detrás de Julio Herrera y Reissig -como detrás del primer Lugones- está Rubén Darío y la ironía cabriolera de Jules Laforgue, pero tanto Herrera como Lugones fueron más lejos. Y así, si existen versos nítidamente darianos ("Luis, Rey de primores, en un grupo alterna, / dando a sus palabras caprichosos giros") otros son absolutamente renovadores -o más renovadores- abriendo en el estético lenguaje decadente boquetes o fisuras de surrealismo: "los relámpagos alumbran, atraviesan lo infinito. Como el fósforo encendido del gran cerebro de Dios". Con Julio Herrera y Reissig -muerto joven- el modernismo simbolista alcanza una cúspide de lenguaje mallarmeano (lenguaje más allá del lenguaje) y a la par estalla en una bellísima explosión de significados, entre los que brillan la autocompasión y la mejor ironía... Todo es bello y terrible, y todo se pierde. Las Pascuas del Tiempo (que solo se editó en libro en 1913) es una adecuada y gran invitación para leer a este decadentísimo poeta uruguayo, que nadó en el simbolismo y abrió casi todos los canales de las vanguardias. Le debíamos el homenaje.