Image: Mitologías

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Poesía

Mitologías

Ángel García López

20 diciembre, 2000 01:00

Premio Generación del 27. Visor. Madrid, 2000. 75 páginas, 800 pesetas

Mitologías es el libro de un poeta para el que no tiene secretos "el viejo y querido utillaje retórico", aunque a su poesía a veces le falte fuerza, necesidad interior

¿Ocupa ángel García López en la consideración de críticos y lectores el lugar a que le harían acreedor sus muchos libros y sus prestigiosos e incontables premios? Parece que no. Antonio Domínguez Rey, prologuista de su Antología poética (Plaza & Janés), lo achacaba, en 1979, cuando García López ya había obtenido el Premio Adonais, el Nacional de Literatura y el Premio de la Crítica, a que la clasificación generacional lo había dejado en tierra de nadie, en ese "largo puente" que separa el grupo del 50 de los novísimos. Desde entonces ha habido un decidido empeño de organizar la supuesta generación que faltaba, la del sesenta o del lenguaje, en la que se incluirían poetas como Miguel Fernández, Jesús Hilario Tundidor, Antonio Hernández o el propio García López.

ángel García López, por otra parte, ha seguido añadiendo premios de cuantiosa dotación en estos últimos veinte años: el Juan Ramón Jiménez, el Ciudad de Melilla, el Ciudad de Salamanca, el Generación del 27... Pero tales galardones, que tan beneficiosos pueden ser para un autor joven, suelen paradójicamente aumentar el descrédito cuando es un autor de larga obra el que resulta reiteradamente beneficiado por esa tramposa lotería.

Mitologías es un libro de un poeta para el que no tiene secretos "el viejo y querido utillaje retórico", que diría Gimferrer. La primera parte, breves poemas sin título, por lo general en verso heptasílabo y con rima asonante, lleva el título de "Graffitis", que nos llevaría a hacer pensar en un uso desenfadado de la lengua coloquial. Pero no hay nada de eso. El lenguaje de García López es siempre literario, muy literario, incluso gastadamente literario en estos poemas. Poemas breves los de esta primera parte que poco tienen que ver con el desgarro malsonante y prosaico de cierta poesía urbana, y mucho con los peinados trinos de la poesía pura.

La segunda parte, "Sonetos a la esfinge", nos prueba cumplidamente que para García López esa estrofa no tiene secretos, que hace con ella lo que quiere. No faltará quien ponga entre sus deméritos ese virtuosismo sonetil, considerándolo propio de los poetas garcilacistas de otros tiempos, pero una reciente antología de Jesús Munárriz, Un siglo de sonetos en español (Hiperión), demuestra que el soneto está tan vivo en nuestros días como estaba en el siglo XVII, que manteniendo sus rígidas costuras petrarquistas o haciéndolas estallar es capaz aún de generar poesía, de hablar la lengua de nuestro tiempo. Sonetos eróticos, muy directamente eróticos y a veces de un humorismo quizá involuntario los de García López: al Gerardo Diego del ciprés de Silos recuerdan las imágenes fálicas de "Tan sólo olerte estalla el crecimiento": "piedra dura", "obelisco sin fin", o "extremo polo".

En versos alejandrinos, por lo general sin rima, se escriben los poemas de la parte final, "Secreta sombra", que se inicia con una cita de Luis Cernuda: "Si no te conozco, no he vivido". Se trata de poemas sin título que pueden considerarse como estrofas de un único poema: una nueva versión -con encendida imaginería modernista y barroca- del nacimiento de Venus, mito que se cruza con el de la fugacidad de la belleza: "A la playa tu cuerpo de sumisión ha exigido,/esclusas de las algas adentrándose en ella,/voz primera del día./Esta rosa, la rosa./Perfección curva, línea dibujándose exacta,/corpórea, sucesiva, sobre un lago de dunas". En la luz de Doñana sitúa García López su nueva oda al nacimiento de Venus: "Tu cuerpo hecho del agua y tus labios de arena,/espectros de su sombra, que en la luz se deshacen".

¿Es ángel García López un poeta prisionero de su propia facilidad verbal? Tal vez: a su poesía nunca le falta belleza, quizá un tanto consabida, pero sí a veces fuerza, necesidad interior, como si se limitara a practicar ágiles ejercicios retóricos. Puede ser una impresión equivocada, pero no ayudan a deshacerla los premios de relumbrón. Huidobro decía que el adjetivo, cuando no da vida, mata; también los premios literarios, a partir de un cierto número y una cierta edad, dejan de sumar prestigio para comenzar a restarlo. Y el que lo dude que se lo pregunte a Carlos Murciano.