Poesía

La vida desatada

Miguel Ángel Velasco

27 diciembre, 2000 01:00

Pre-Textos. Valencia, 2000. 197 páginas, 2.000 pesetas

Esta obra es un redoble funeral por una muerte que es el ensayo general de la propia muerte. Y además,cotidianidad y tinieblas, técnica y llanto

Hay un momento en la vida en que el tiempo nos alcanza, decía Cernuda; hay un momento en la vida, podríamos parafrasear, en que la muerte si no nos alcanza (siempre camina a nuestro lado, de la cuna a la sepultura), sí se hace visible: es entonces cuando Miguel ángel Velasco ha escrito los poemas de su último libro.

Extraña trayectoria la de este poeta: en 1979, a los 16 años, conseguía un accésit del premio Adonais con Sobre el silencio y otros llantos; dos años después, en la convocatoria siguiente a aquella en la que lo ganó Blanca Andreu, con Las berlinas del sueño obtendría ese antaño prestigioso galardón. Las berlinas del sueño era un libro todavía inscrito en la estela novísima: surrealismo, culturalismo, verbalismo. La poesía a comienzos de los 80 empezaba a ir por otros derroteros, y el propio autor quizá lo comprendió así. A partir de entonces, Miguel Velasco -como firmaba sus primeros libros el poeta cuyo nombre completo es Miguel ángel Pons Pereda-Velasco-, aquel Rimbaud mallorquín, entró en un período de silencio que parecía definitivo. No lo fue, afortunadamente, y volvió con dos títulos, El sermón del freno (1995) y El dibujo de la savia (1998), que nos lo muestran crecido y metamorfoseado, convertido en otro: en un verdadero poeta. Agustín García Calvo, prologuista del segundo de esos libros, explica una de las razones del cambio: el poeta ha tenido la humildad de acordarse de que los versos "tienen que empezar por sonar a los oídos, por más escritos que quedaran para los ojos" y por eso ha vuelto a aprender "las olvidadas artes del ritmo del lenguaje". No señala que el maestro ha sido el propio García Calvo, uno de los más secretos, extravagantes y verdaderos poetas de este tiempo".

Algunos de los poemas de El dibujo de la savia, según se nos indica en la nota final, "dan cuenta de experiencias con sustancias psicodélicas, en tanto que propiciadoras de una mirada desprendida, análoga a la de la creación poética, donde las cosas nos devuelven la mirada". Libro de magia y asombros, de transparencias y deslumbramientos El dibujo de la savia, cuyos versos iniciales nos recuerdan a Claudio Rodríguez: "Está ya anocheciendo, pero tente/aguarda un poco más. Desdeña ahora/la luz señera de la casa. Escucha/crujir la muchedumbre de los árboles,/el arroyo correr, la nota líquida/de la garganta del zorzal, y siente/latir el bosque en vilo de inminencia".

El primer poema de La vida desatada nos sitúa en un ámbito muy distinto: "El hospital" se titula. La enfermedad, la muerte, el hueco que deja un muerto cercano y que la vida inexorablemente va llenando, son los protagonistas de la mayoría de los poemas. Pero nunca condesciende el autor con el mero desahogo sentimental, nunca busca la directa complicidad del lector que ha pasado, o ha de pasar, por trances semejantes.

Hay quizá en este nuevo libro menor brillo que en El dibujo de la savia, más sobriedad rítmica, pero también una mayor intensidad emocional, una unamuniana capacidad de sentir el pensamiento y de pensar el sentimiento.
No es un libro monocorde, aunque sí asordinado e insistente, La vida desatada. Hay poemas que se despegan un tanto del tono del conjunto: es el caso de "Pájaro", elegía minimalista, o "Trova", de arcaizante sintaxis. Sorprende también el extenso poema "El superviviente", magistral y minucioso retrato de uno de los personaje de la novela familiar que no desentonaría en una antigua leyenda.

El dibujo de la savia se iniciaba con la siguiente dedicatoria: "A la memoria de Miguel Pons Camps, mi padre, que me leía versos". Esa dedicatoria resume el nuevo libro, un redoble funeral por una muerte que es el ensayo general de la propia muerte. Y muchas cosas más: cotidianidad y tinieblas, técnica y llanto, consoladora sabiduría y un minucioso mapa del infierno, ese puñado de palabras verdaderas que distinguen al poeta del aplicado versificador".