Image: Poesía completa

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Poesía

Poesía completa

Antonio Espina

24 enero, 2001 01:00

Fundación BSCH. Madrid, 2000. 2 tomos.154 y 370 páginas, 4.000 pesetas

Espina fue un escritor rico y menor, nada desdeñable, y que ilustra muy bien parte de una historia (el nacimiento de la modernidad) olvidada a menudo

Los que nos iniciamos en la literatura viva, muy jóvenes, en 1970, todavía pudimos ver alguna tarde, en el Café Lion de Madrid, al también madrileño Antonio Espina (1894-1972), figura un tanto perdida y de la que sólo sabíamos vaguedades, pero que nos atraía por su antigua vinculación con la vanguardia, por sus paralelos con la Generación del 27 -la suya- y por su pertenencia, durante la Guerra Civil, al bando de los vencidos.

Yo confieso que antes de esta, pudiéramos decir, magna antología, preparada y bien prologada por Gloria Rey Faraldos, no había leído demasiado a Espina: poemas en antologías de la Vanguardia, y libros de su última época, como Audaces y extravagantes de 1959 (envidiable título) o el póstumo e inconcluso Las tertulias de Madrid (1995). Pero resulta que la teoría -coherente- de Rey Faraldos dice que la obra fundamental de Espina se escribió antes de la Guerra, cuando todavía su autor militaba en estéticas y fines literarios, y no después de 1940, cuando la mayoría de su obra (no sé si cabe ser tan tajante), se hace pane lucrando y por un hombre amargado por la derrota, inseguro en un tardío exilio en México, y de nuevo en Madrid en otro exilio interior, que le fue menos fecundo que a Gil-Albert, por ejemplo, con la añadida mala fortuna para Espina, de haber muerto poco antes de un posible redescubrimiento que no habría tardado en llegar, como les llegó al mencionado Gil-Albert, a Rosa Chacel o a Francisco Ayala -amigo en la juventud de Espina-, por hablar de prosistas del mismo periodo y de exiliados también, interiores o exteriores. Es el caso que Antonio Espina, que había sido una clara promesa vanguardista y un autor muy notorio en la preguerra (vinculado a Ortega y a la Revista de Occidente) murió en un casi unánime silencio, apenas roto por artículos de José Luis Cano y de Francisco Ayala...

Lo cierto es -recorrida esta parte de su producción- que en Antonio Espina nos encontramos ante un buen escritor, enormemente marcado por la voluntad de su época. Es mucho más brillante e interesante como prosista que como poeta, aunque el segundo de sus dos libros de versos -lo demás son poemas sueltos, nunca posteriores a 1929-, Signario, de 1923, sea un texto absolutamente típico de buena parte de la vanguardia española: a caballo entre los primeros caprichos ultraístas (aunque muchos poemas usan una ruptural disposición tipográfica de la página) y en el inicio de lo que serán las aventuras líricas del 27. Si Umbrales (1918) era un libro regular y postmodernista, en Signario los restos de la gran retórica simbolista se camuflan en la nueva disposición tipográfica y en la deconstrucción de aquella retórica, buscando (como casi todas las vanguardias) el fogonazo de la imagen libre. Es un buen libro Signario -con atisbos de un reclamo social que Espina no olvida, pese al coheterío vanguardista- con el que su autor debió darse cuenta, sin embargo, de que la prosa era más suya, aunque en ella buscase también la antirretórica, el reino de la metáfora, la propensión al párrafo-versículo y la elucidación de ese contradictorio hombre sin atributos (fruto del igualitarismo y víctima del igualitarismo) que los tiempos traían. Me ha gustado mucho el libro de prosas periodístico-ensayísticas, Divagaciones. Desdén (1919), donde me parece que se abre el mejor camino de Espina. Pájaro pinto (1927) es una colección de cuentos, y Luna de copas (1929) la única novela, propiamente hablando, de su autor, legiblemente vanguardista, al filo del final de ese orbe. Todos esos libros conforman a un Antonio Espina histórico y básico. Pero con sus literarias biografías posteriores Luis Candelas, el bandido de Madrid (1929) -que es cuanto recoge el presente tomo prosístico- o Romeo o el comediante (1935) Espina se abre, otra vez, bajo la batuta de Ortega -que apostó por ese género biográfico- a un ensayismo literario, a un ensayismo de buena prosa que resulta (más allá de la Historia de la Vanguardia) lo mejor de lo suyo. Un escritor rico y menor, nada desdeñable, y que ilustra muy bien parte de una historia (el nacimiento de la modernidad) olvidada a menudo.