Image: Antología de poesía macabra

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Poesía

Antología de poesía macabra

Joaquín Palacios Albiñana (Ed)

21 febrero, 2001 01:00

Valdemar. Madrid, 2001. 267 páginas, 2.000 pesetas

Están todos los grandes, desde Bécquer o Juan Ramón Jiménez (con un poema singularmente macabro) hasta Rubén Darío, Lugones o Alfonsina Storni, ambos suicidas el mismo año...

Existe un viejo tópico sobre la literatura española (digno de ser revisado o al menos matizado) según el cual el realismo, en todos sus modos, es consustancial a nuestra creación nacional. Joaquín Palacios Albiñana (pionero de los fanzines fantásticos en nuestro país, coleccionista desde antaño de excéntricos, desgarrados y raros, y recientemente fallecido ahora) trata de demostrar con esta antología poética que el viejo tópico merece reconsideración, pues incluso la vanitas solanesca que sirve de portada al libro, justifica un acercamiento a la muerte -muy hispánico- pero no estrictamente realista...

La cotidianeidad de la muerte, su ceniza y polvo postrimeros, siempre han estado en nuestra literatura, pero el aura de la quimera, la voz del fantasma, las visitas de las jóvenes muertas enamoradas, el arrojo amoroso que lleva a la fosa y ese conjunto de situaciones típicas de la cerebración romántica, tampoco nos han faltado. Aunque -sostiene Palacios- más se han dado en la poesía que en la prosa. Por eso, quod est demostrandum, compone él esta antología del idioma ("macabra, lúgubre o cementérica", como la llama) que parte inevitablemente del romanticismo y llega básicamente hasta el largo postmodernismo, pues es bien sabido que la estética simbolista, en todas las lenguas europeas, acrecentó y ahondó sobre todo los temas y maneras del romanticismo negro, el que tuvo como preboste, y anticipador del futuro a Poe. Así, la antología se abre con Espronceda y Zorrilla (nuestros románticos por antonomasia) y se cierra con poetas a caballo entre la tradición modernista y la modernidad: el argentino vanguardista Oliverio Girondo, el puertorriqueño Luis Palés Matos o los mexicanos del grupo Contemporáneos, Xavier Villaurrutia y Bernardo Ortiz de Montellano, entre otros...
La parte de cada autor va precedida de una nota, en general sencilla y casi nunca larga, del recopilador de la antología, seguro probablemente de que uno de los méritos de su labor no era sólo coleccionar lo macabro, mortuorio y fantástico (hay muchísimas visitas de fantasmas) sino también rescatar o volver a recordar, siquiera brevemente, a muchos autores olvidados -o poco conocidos en España si son latinoamericanos- sobre todo de los períodos de transición entre el romanticismo y el modernismo y luego entre el modernismo (o postmodernismo) y la modernidad, a cuyas puertas se detiene el antólogo.

Naturalmente están todos los grandes, desde Bécquer o Juan Ramón Jiménez (con un poema singularmente macabro) hasta Rubén Darío, Leopoldo Lugones o Alfonsina Storni, ambos suicidas el mismo año... Pero quizá el lector disfrute más descubriendo o recordando a personajes de primera o segunda fila (hay grandes desconocidos aquí, como el argentino Enrique Banchs o el mexicano Efrén Rebolledo) que, independientemente del tema macabro, son poetas altos o curiosos con los que la suerte o la travesía atlántica han sido poco bondadosas. Tal sería el caso del también argentino Evaristo Carriego, al que Borges dedicó un libro, y que es -más allá incluso que nuestro Emilio Carrere, con quien el antólogo lo compara- uno de los iniciadores del coloquialismo en la poética de nuestra lengua... Muy amplia y sugestiva antología, pues, cuyo único "defecto" es común a cualquier antología temática: la reiteración de asuntos, dentro, además de una retórica (la romántico-modernista fundamentalmente) casi por entero común