Poesía

La oración de Mr. Hyde

José Carlos Llop

21 febrero, 2001 01:00

Península. Barcelona, 2001. 52 páginas, 1500 pesetas

El mundo de Llop es el de cierta literatura de entreguerras, el de Morand, Jönger y Cendrars, un mundo de consulados fantasmas en remotas ciudades de tinta y de papel

Pocos escritores de obra tan coherente como José Carlos Llop. El mundo de sus dietarios, de sus relatos, de sus ensayos es el mismo que el de sus versos. Su mundo es el de cierta literatura de entreguerras, el de Paul Morand y Cyril Connolly, el de Jönger y Blaise Cendrars, un mundo de viajeros con pasaporte diplomático, de consulados fantasmas en remotas ciudades de tinta y de papel.Pero no sólo de lecturas y nostalgias de un mundo perdido y nunca vivido está hecha la literatura de Llop: hay en ella también cotidianidad y misterio, moralismo y magia. A Llop, como a Borges, le gusta contar sus sueños, anotarlos con minucia de miniaturista; los lectores de sus dietarios lo saben bien: es lo que más fatiga a algunos. Sueños escritos son muchos de sus poemas. El final de "Nocturno" dice así: "La ciudad estaba bajo el toque de queda./ Mi corazón también. Pero desperté/ gritando la palabra convoy./ Los trenes iban vacíos/ a su paso por la estación".De los sueños ha aprendido Llop a pensar en imágenes, como nos indica en el poema "Pleamar". Colecciones de imágenes sorpresivas, llenas de sentido, aunque aparentemente vacías de significado, abundan en sus versos y en su prosa. Colecciones de imágenes o a veces simples colecciones de objetos, de fetiches, que le dan a sus páginas un carácter de almoneda. "Objetos de escritorio" se titula uno de los poemas más característicos de En el hangar vacío, su libro anterior.A "Pecios", un poema de La oración de Mr. Hyde, le encuentra Llop, según nos indica en la nota final, un aire de familia con "Objetos de escritorio". Es del mismo modo una enumeración sólo en apariencia caótica, una enumeración que acaba siendo un autorretrato y una poética; en ella se amontonan, entre otras cosas, un plano de la ciudad de Jerusalén y una consola de la época de Stendhal, una talla de hueso que pudo ser de Stevenson y unos billetes del Shangai de entreguerras.Algo de dandy, de adolescente que viaja con el dedo en el mapa y de anticuario hay en la poesía de Llop; también de desdeñoso moralista. En una de las secciones de La naturaleza de las cosas, intentó un tipo de desenfadada poesía epigramática, Marcial y Cátulo al fondo, que luego no ha continuado. En La oración de Mr. Hyde se atreve a veces a prescindir -en parte, nunca lo consigue del todo- de su rosario de imágenes literaturizadas y oníricas y a intentar un tipo de poesía más desnudamente confesional: "Casa abandonada", "Sin ti", "Antes de cumplir los veinte años". Pero en pocos autores la distinción entre literatura y vida tiene menos sentido: vida literaturizada la suya; literatura hecha vida, máscara convertida en rostro, la que se refleja en sus poemas.Termina La oración de Mr. Hyde con unas brillantes "Tarjetas de visita", en prosa, que participan del aforismo y del onirismo, del surrealismo y de la greguería; podían haber formado parte de sus dietarios: "La casa de Scott Fitzgerald era un vaso de ginebra helada que se rompió al borde de la piscina. La casa de Lezama Lima es de humo. Sus volutas dibujan el paraíso".En una escueta nota final, entre nimiedades cronológicas, dedicatorias y agradecimientos, el autor formula su poética a la vez que explica el enigmático título: "Soy de los que no entienden la poesía sin biografía: nunca he creído que el poeta sea un fingidor, sino un hombre ocupado a veces por una voz -la oración de Mr. Hyde- que sólo es poeta cuando logra interpretar esa voz". Como John Berger, Llop considera que los poemas, incluso los poemas narrativos, están más cerca de las oraciones que de los cuentos; como Pessoa, aunque niegue ser un fingidor, Llop considera que es poeta quien acierta a dar voz a las voces oscuras que a veces nos habitan.