Poesía

La casa desierta

Rosa Leveroni

28 febrero, 2001 01:00

Prólogo de V. Panyella. Traducción de Rosa Lentini. Igitur. Tarragona, 2000. 202 páginas, 2.200 pesetas

SOLA

Sola. La noche florece, nuda de ensueños.
Bella, y el dolor, de la desnudez celoso,
se echa a mi lado para no dejarme sola.
Y no sabe el dolor que su sola presencia,
enarbola mi soledad como bandera.
Es un grito inflamado: anuncio de una lucha,
lanzado a los vientos con orgullo y fiereza:
El amor me ha dicho adiós. Ahora soy yo sola.

Rosa Leveroni ocupa, dentro de la literatura catalana, una posición emblemática y, sin embargo, paradójica e injustamente marginal: por un lado es, como reconoce Espriu, "la más auténtica y depurada voz lírica" de la poesía escrita por mujeres de su generación y, por otro, su mundo es tan compacto que su complejidad resulta tan hermética como sus referentes y tan opaco como su intimismo casi anglosajón. Lo que la hace inaccesible y la deja "sola por dentro", por decirlo con un verso de Altolaguirre que se le podría aplicar muy bien. María Aurelia Capmany la rescató en 1981, pero no fue bastante: Rosa Leveroni seguía y sigue siendo para muchos no lo que ella ha sido sino lo que con su imagen se ha querido y casi se ha logrado hacer. Se veía en ella a la estudiante de la Escuela Superior de Bibliotecarias, a la alumna y amante de Ferrán Soldevila y a una escritora en ciernes, a la sombra de Riba y de Manent, a la que la guerra había negado todo espacio y cuya escritura se adelgazaba y profundizaba en dos formas que alternaban o se producían a la vez. Vinyet Panyella ha descrito muy bien sus escenarios: la elegía y la tanka, y ese epigráfico verso libre en el que Riba veía "el cincelado" mismo "de la inscripción".

Rosa Leveroni -cuya poética es una renuncia explícita a la anécdota: "Si toda lírica ya es expresión de una intimidad verdadera o fingida, es mejor dejar de lado la anécdota, si es que la hay..."- entendía su obra como un intento "de fijación de [su] lírica frente a [sí] misma". Y eso -y no otra cosa- es lo que ésta es: una respuesta al ser en un diálogo íntimo y constante con el yo del mundo. El influjo de Eliot -al que tradujo- y el de Rilke, al que incorporó con los distintos "reinos de las horas", son dos claves de la longitud y latitud de lo que podemos llamar su "territorio": una especie de hielo en la que la parte sumergida es superior a la que se ve: "El amor me ha dicho adiós. Ahora soy yo sola"- escribía en 1938. Y, en diciembre de ese mismo año, insistía: "Sola estoy/ en un mundo que ha perdido las vías", en un poema en el que, muy eliotianamente, se alude a "esta vasta tierra desolada". Entre noviembre de 1939 y febrero de 1940 compone sus Elegías malloquinas, en las que tematiza la soledad y la derrota derivadas de la guerra civil: "Ya todos los recuerdos, prole hambrienta/de un tiempo en que el amor estaba cerca,/se llevan por botín la paz del sueño". El pensamiento ahora es "agonía", y la naturaleza, "gaviotas en el cielo verde y rosa".

En esa misma década intenta descomponer y analizar el haiku, aproximarlo a la estancia y crear un nuevo tipo de poema más breve, al que ya nunca renunciará: "Adiós al jardín" y "Escenario vacío" son una buena muestra de ello. Pero su tendencia a la elegía vuelve combinada con otra que retoma signos de Leopardi y Valéry. Inicia entonces, en 1945, "un canto con olor de alba" que le hace decir "No sé que vasto pulso en la noche me espera/con un latido de amor y otro de infinito", que amplía con una nueva forma de canción, de la que "Versalles" es un excelente ejemplo. Rosa Lentini ha traducido estos textos con preciso ritmo y libre exactitud y, para dar una ajustada idea de la autora, ha incluido también "Inquietud" -un texto de Epigrammes i cançons (1938), con clara influencia de Carner, que tiene, en su mitad, un desarrollo interesante: "Dejas pasar la vida entre quimeras/y no sabes que eres feliz, pues es la vida"- y otros de Presència i record (1952) entre los que destacan la serie de impresiones, apuntes y paisajes, y dos poemas: "La casa desierta", que coincide con otros de Juan Gil-Albert, Luis Rosales y Ricardo Molina, y "Elegías de los días oscuros" con "el misterio del perenne fluir de todo objeto". La selección se cierra con la suite de Fedra y los "Cinco poemas desolados" y su experiencia de la tierra vivida como "antigua patria triste".

La poesía de Rosa Leveroni es abismo y pasión: en ella el lector vive la intensidad de una mujer obsesionada por el abandono del amor y por la calidad del verso, en la que siempre aflora y hay una tersura rara, difícil, llameante.