Image: La generación del cordero

Image: La generación del cordero

Poesía

La generación del cordero

ANTOLOGÍA DE LA POESÍA ACTUAL EN LAS ISLAS BRITÁNICAS

14 marzo, 2001 01:00

Selección, traducción y prólogo de Carlos López Beltrán y Pedro Serrano. Trilce Ediciones. México D. F., 2000. 937 páginas

Los editores de esta antología de jóvenes poetas británicos eliminan el territorio poético que se extiende desde Heaney (en la imagen) a Muldoon

Dos criterios rigen esta tan interesante como discutible selección: el lingöístico y el cronológico. El primero afirma el carácter supranacional de la lengua; el segundo hace que los autores elegidos hayan nacido, todos, entre 1951 y 1963. Esta antología de tan peregrino como desafortunado título supone, pues, una continuación tanto de lo que álvarez Amorós llamó los "novísimos" ingleses (Fuller, Fenton, Raine, Motion, Scupham, Sweetmann, Constantine y Wright) como de los norteamericanos agrupados bajo lo que Pujals Gesalí denominó "la lengua radical" (Andrews, Benson, Bernstein, Cole, Coolidge, Darragh, Davidson, Davies, Day, di Palma, Fraser, Greenwald, Grenier, Harryman, Hejinian, Inman, McCaffery, Messerli, Palmer, Perelmann, Scalapino, Silliman y Watten).

Sus autores la entienden como una antología "de tendencia" y afirmación e identificación también "generacional", que sigue "la narración de su historia y la argumentación de su significado", borrando para ello la historia y el significado de la poética y la escritura inmediatamente anterior. Dicen ofrecer "una muestra representativa y amplia, estricta y diversa" del "profuso panorama de la poesía actual en el ámbito británico", pero lo que hacen es optar por un concepto restrictivo y único que no sólo empobrece el concepto de "poesía" sino que facilita la peligrosa práctica de la arbitrariedad. De ese modo eliminan el territorio poético que se extiene de Heaney a Muldoon y apuestan por una serie de poetas que "comparten un determinado aire de familia". La operación es tramposa y su resultado, un fraude histórico e intelectual, en el que Larkin resulta potenciado por encima de Eliot y en el que, en un alarde de atrevida ignorancia, los autores del insensato prólogo llegan a decir que "los poemas son concebidos como dispositivos lingöísticos capaces de hacer muchas cosas, de cumplir una variedad de funciones, más de las que se les suele atribuir en la tradición". Aciertan, en cambio, al identificar esta escritura con el tatcherismo y el reciclamiento de la little England de Larkin, de la que son remedo más que continuación, y al insistir en que se ha producido "una notable desjerarquización de los territorios de los culto". Poesía menor en grado sumo, no toda la aquí antologada lo es del mismo tipo ni igual: hay -y conviene señalarlo- diferencias, incluso dentro de un mapa tan uniforme como éste, en el que no deja de haber una casi invisible variedad. Entre las verdaderas voces destaca la de la hindú Sujata Bhatt, con la que he coincidido en Austria y Alemania y cuya mezcla de memoria y erotismo está en "Shérdi", un poema comparable a algunos de Ana Rosetti, o "Euridice", un monólogo dramático en la línea de Browning, Cavafis y Cernuda; para ella, "La palabra/ es la casa misma" y, a diferencia de muchos de sus homólogos españoles, es capaz de teorizar.

Lo mismo puede decirse del espacio mental de John Burnside, para quien "este dolor es como una celda que no podemos abandonar y lo que anhelamos en el dolor/ es un orden"; del punto de vista melancólico y moral de Robert Crawford, visible en "Rompehielos"; del verso epigramático de Donaghy ("No las palabras, sino el balanceo y deslizar de las palabras") y su expresión del yo analógico puesto en boca de figuras históricas; de la poesía como confidencia de Caroll Ann Duffy, patente en "Corresponsales" o "Momentos de gracia", en los que "éramos verbos" como ahora "somos adjetivos y nombres" y en los que se habla de "camas separadas" y de una "Gramática de la luz"; de la ironía juaristiana y patriótica de Duhig; del "mi lengua/ es donde pienso" de Elisabeth Garret; de las construcciones de Lavinia Greenlaw; de la oda de Herbert; del análisis de los sentimientos "cortos y rápidos" de Hofmann; del concep- tismo cívico de Imlah; de la poesía familiar de Jenkins; del "aire es tan viejo como el mar" de Jackie Kay; de la simultaneidad de tiempos de Kupper y su "me hallé al mismo tiempo en mis sueños y en mi infancia"; de la configuración de "Ellos dos" de Lasdum, que es autor de un poema cuyo título coincide con el del último libro de Lorenzo Oliván, Puntos de fuga; del sistema referencial de Sarah Maguirre, próximo al de la primera Aurora Luque; de la potente escritura de Muldoon, muy bien representada aquí; de "Un pasillo" y "Billete de amor" de O’Brien; de "Semilla" y "Prólogo" de Patterson; de "Fantasmas" de Riordan; de los dísticos de Romer; de la narración lírica de Shapcott; de la violencia de Sweeney; o de la poesía de campus de Woodward.

La generación del cordero es una antología tan legible como criticable que tiene dos puntos positivos en su haber: una inteligente práctica de la traducción, a la que no es ajena toda su explícita teoría ("es el propio poema original el que busca su acomodo en la topografía de la nueva lengua" -declaran como principio sus autores) y, en lo relativo a la historia literaria, una interesada manipulación de los datos que, si enturbia el objeto que analiza, tiene el mérito de acentuar también todo lo que el carácter polarizado es. Y, en este sentido, hay que reconocer que la antología de López Beltrán y de Pedro Serrano demuestra que la poética de la experiencia es bastante más amplia, más rica de recursos y mucho más compleja de lo que entre nosotros ha sido y todavía es.