Image: Mitos (Poesía reunida)

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Poesía

Mitos (Poesía reunida)

Abelardo Linares

14 marzo, 2001 01:00

La Veleta (Comares). Granada, 2001. 224 páginas, 1.950 pesetas

Esta obra hará evidente para la mayoría lo que algunos sabíamos: que el editor y librero Abelardo Linares es también un poeta sabio

Hay poetas (muchos) que dedican todo su esfuerzo intelectual a la promoción de la propia poesía, que mendigan reseñas, amañan premios, cultivan lazos de mafioso amiguismo; otros (pocos) son capaces de alternar la fatigosa tarea de publicitar la propia obra con la generosa atención a la ajena; pero sólo hay uno -o al menos yo sólo conozco a uno- que desde un cuarto de siglo se haya ocupado sólo de la poesía de los demás, editándola, difundiéndola, discutiéndola, orientándola, mejorándola (o lo contrario, a veces), mientras hacia sus propios versos dedicaba un elegante descuido: Abelardo Linares.

Con el título de Mitos, idéntico al de su primer libro, acaba de reunir ahora el conjunto de su obra en un volumen que hará evidente para la mayoría lo que algunos sabíamos desde hace tiempo: que el editor, el librero, el incansable conversador Abelardo Linares es también un poeta sabio y apasionado, parnasiano y neorromántico, hondo, brillante, ejemplar. Su primer libro, de 1979, marca un "regreso al orden" tras el aventurerismo novísimo. Los críticos menos favorables lo calificaron como un brillante cuaderno de ejercicios, como la obra de un buen lector que se ejercita en el pastiche y el homenaje a los poetas que ama. Y ciertamente Mitos es el libro de un admirable lector, de un virtuoso, de un aplicado artesano, y algo más: un juego de máscaras, la poesía de un tímido que se esconde tras la poesía ajena. El virtuosismo de Mitos no tolera ningún defecto formal, y por eso en este libro encontramos las escasas variantes que aparecen en la nueva edición de su obra: en el poema "Invocación y elegía" intercambia los adjetivos entre dos sustantivos para eliminar una asonancia; en el soneto alejandrino "Londres 1840. Un español exiliado", dedicado a Blanco White, modifica cinco versos para sustituir dos rimas imperfectas. Tras la constatación pública de que conoce el oficio de poeta como pocos, Linares nos ofrece en Sombras (1986) un extenso, apasionado cancionero amoroso. Libro amplio, algo monótono, de tono excesivamente apagado en ocasiones, contiene un puñado de poemas que no desentonarían entre los más emblemáticos poemas de amor de cualquier tiempo.

Espejos (1991) vale sobre todo por su tercera parte: plásticas pesadillas llenas de obsesionantes detalles exactos. No es que el resto del libro carezca de interés, pero el autor insiste demasiado en un tipo de poesía del que ya había dado cumplidas muestras en Sombras; la maestría se encuentra a un paso del manierismo, y Abelardo Linares algunas veces da ese paso: "Mágico vivir", un poema escrito en endecasílabos, y "Memoria del fuego", un poema escrito en alejandrinos, son el mismo poema, con la única diferencia de la división versal. De ejercicios así, de tediosas reiteraciones de su maestría, le salvó a Linares la veta onírica que descubrió en la tercera parte: los cafés con espejos de Lasso de la Vega y las habitaciones de hotel de Edward Hopper habitadas por personajes de Magritte.

Otra vuelta de tuerca en su poesía supone el breve cuaderno Panorama (1996), personal homenaje a una ciudad y al cosmopolitismo de los años veinte. Cumplido hasta el tedio aquel "regreso al orden" iniciado en los setenta, llega la hora de ejercitarse en las piruetas vanguardistas. Abelardo Linares escoge como modelo la poesía del viajero y acelerado Paul Morand. Hay alacridad, ingenio, irracionalismo y audacia circense en estos versos.
Dos breves conjuntos inéditos se añaden a la recopilación. El primero, "Soleares", nos muestra que Linares, como su maestro Manuel Machado, es capaz de la perfección parnasiana y del desgarro de la poesía popular. El segundo, más desigual, lo integran poemas dispersos: varios podían haber integrado el primer libro, otros podían haber seguido dispersos; dos o tres son excelentes; el penúltimo verso de "Rencor" tiene una errata ("podemos" por "podernos") o yo no soy capaz de entender su sentido.

Es cosa sabida que la poesía española del último cuarto de siglo no se entiende sin la labor del sevillano y cubano, del admirado y denostado, del indolente e infatigable Abelardo Linares: él ha promocionado y editado a buena parte de los mejores. Menos sabido resulta que, además de director de orquesta, es uno de los primeros solistas. Tras la aparición de esta poesía reunida resultará difícil ignorarlo.