Image: Poemas (1970-1999)

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Poesía

Poemas (1970-1999)

ANDRÉS Sánchez ROBAYNA

28 marzo, 2001 02:00

Galaxia Gutenberg. Barcelona, 2001. 378 páginas, 3.200 pesetas. DÍA DE AIRE. La Palma. Madrid, 2000. 47 páginas

Sánchez Robayna pertenece a la estirpe de los poetas lúcidos, de los muy conscientes de sus intenciones y de sus logros

Andrés Sánchez Robayna pertenece a la estirpe de los poetas lúcidos, de los que se muestran en todo momento muy conscientes de sus intenciones y de sus logros. A la poética implícita en los poemas le acompaña siempre una poética explícita que los subraya, precisa, define y sitúa en una tradición. Nada más lejos del poeta romántico que Andrés Sánchez Robayna. Ingeniero del verso, aunque más como Cabral de Melo que como Gabriel Celaya, su obra poética parece surgir ya perfectamente estructurada, formando un sistema que gusta de recurrencias y simetrías. Así, los treinta años de labor creadora que se resumen en Poemas se organizan en dos ciclos, cada uno de ellos formado a su vez por tres libros que se prolongan en un cuaderno que actúa a manera de síntesis y epílogo.

El primer ciclo estaría formado por los libros Clima (1978), Tinta (1981) y La roca (1984). "Poesía y poética", un texto de 1985 incluido en La sombra del mundo (Pre-Textos), explicita la "teología de lo insular" que hay detrás de esas obras: "La insularidad o la condición insular se alza como una suerte de mito del tiempo creador, como una imagen que devora la escritura y la eleva hasta el tiempo del mito, esto es, de una verdad de la imaginación".
"Una suerte de mística de la imaginación fonológica" -son palabras suyas aplicadas al poeta ruso Jliébnikob- es lo que busca Sánchez Robayna en la primera etapa de su poesía, la más radical, la menos condescendiente con las expectativas del lector: los poemas parecen volverse secamente enumerativos, puramente paronomásticos, hechos, no ya de frases, sino de palabras morosamente desgranadas, o mejor aún, de solas sílabas. "La retama" remite a un Unamuno y Leopardi esencializados, casi espectrales.

Un homenaje a Cy Twombly, otro a Chillida y un tercero a Provenza y Ezra Pound integran el "Tríptico" que cierra esta etapa inicial. Cita Sánchez Robayna un conocido verso de Guilhem de Peitieu ("farai un vers de dreit nien"), y a eso parece aspirar él: a unos versos reducidos a su esqueleto, más significante que significado, un rosario de fonemas alusivos y elusivos.

El segundo ciclo incluye los libros Palmas sobre la losa fría (1989), Fuego blanco (1992) y Sobre una piedra extrema (1995). Los poemas son ahora más extensos, el decir menos tartamudo, pero el mundo es el mismo, un ámbito insular siempre a la espera de una revelación. Poesía en la que el paisaje resulta protagonista, pero donde el sol, la luz, el pedregal, la roca, se convierten en otra cosa, sin dejar de ser lo que son. El poeta parece querer reconciliarse ahora con los lectores: el hermetismo de los textos no desaparece del todo, pero va acompañado de música y de magia. Incluso hay algún apunte cordial, casi imperceptibles concesiones a la autobiografía.

Culmina este segundo ciclo -y la poesía de Sánchez Robayna- con Inscripciones, poemas que tienen la claridad misteriosa del mejor Juan Ramón y cierta alacridad que los aproxima al Guillén del primer Cántico. El poema final, "El sueño", dice así: "Tuve un sueño, hacia el alba. Vi las nubes/rápidas agolparse en la tormenta./En el aire, dos ramas enlazadas/bajo el celaje negro, como un signo de paz./Nada supe, en el sueño. No podría/tocar el signo sin que se deshaga./En aquel aire estaba la presencia,/un ramaje en el cielo, fijo sobre su nada".

En la mejor poesía de Sánchez Robayna, en su poesía última, en la menos deliberadamente radical, no podemos "tocar el signo sin que se deshaga", toda ella signo y símbolo de una presencia que en las palabras se intuye, pero que está más allá de las palabras.

Para conmemorar sus treinta años de dedicación poética, Andrés Sánchez Robayna ha querido reeditar independientemente Día de aire (Tiempo de efigies), el poema que sirve de acorde inicial a su obra. Escrito en 1970, reescrito en 1985, ese poema funcionaría -en opinión de su autor- como obertura de los textos que vendrían a continuación, en él se manifestaría por primera vez "una concepción de lo poético como esencial indagación metafísica". El folleto, al cuidado de Alejandro Krawietz, se completa con una entrevista en la que Sánchez Robayna se confirma una vez más como el más minucioso comentarista de su propia obra, y con una corona poética en su honor en la que participan, entre otros, Octavio Paz, Ramón Xirau y Valente; algunos de estos poemas valen como poemas, no sólo como cortesías versificadas.