Poesía

Nevada

Julián Rodríguez

4 abril, 2001 02:00

Renacimiento. Sevilla, 2000. 53 páginas, 850 pesetas

VOZ 1
-Lo que vive hiere, dice la voz.
Y el eco: -Lo que vive...
intentos solamente
(-Lo que vive...) intentos que fracasan,
y un cansancio que no se desvanece.

"Los poemas no se parecen a los cuentos, ni siquiera cuando son narrativos", escribe John Berger al frente del primer libro de poemas de Julián Rodríguez (1968). Tan rotunda afirmación no resulta enteramente cierta. ¿No se parecen los poemas de Carver a los relatos de Carver? Tanto como los poemas de Julián Rodríguez, muchos de los cuales son cuentos, a los cuentos de Julián Rodríguez, muchos de los cuales son poemas. Al mismo género mixto pertenecen las páginas de Mujeres, manzanas (publicado este mismo año), dispuestas tipográficamente como prosas, y las de Nevada, compuestas en renglones cortos. De hecho, uno de los relatos de Mujeres, manzanas no es más que la versión libre de un poema de Wendy Cope, según nos indica el autor.

Julián Rodríguez no se limita a reescribir textos ajenos; también, como Valle-Inclán y Juan Bonilla, reescribe textos propios. "Teatro", incluido en Mujeres, manzanas, comienza: "Bella y Mar Chagall vivían en París en aquellos años. Frecuentaban un café para escritores: ella quería ser otra Chejov. El tiempo pasaba sin herirla demasiado: las horas vacías en la casa, y en la calle las horas muertas". Entre los poemas más extensos de Nevada se intercalan otros muy breves que el autor denomina -en homenaje a Antonio Porchia- "Voces"; una de ellas dice así: "Las horas vacías en la casa,/ y en la calle/ las horas muertas". No es la única explícita intersección entre ambos libros. En Indicios terrestres, el escueto y estremecedor diario de Marina Tsvietáieva, se basa el relato "Palabras": "Vivían en la calle de Boris y Gleb, frente a dos árboles, en una buhardilla. Como era el tiempo de la Revolución no había pan, ni harina, sólo patatas. Con las vigas de la buhardilla encendía la estufa. Cambiaba viejos libros por fósforos". El poema "Deseos", de Nevada, comienza de la siguiente manera: "La mujer,/ que vive en la calle Boris y Gleb,/ encendió la estufa a la una y cuarto/ y calentó sus manos/ junto al hierro oxidado. / Afuera nieva. / Si abre la ventana ve dos árboles, / los árboles que vigilan el hambre/de cada paseante".

Cuentos que parecen poemas, poemas que parecen cuentos. Y no es esa la única incertidumbre que hay en su obra; también encontramos poemas suyos que parecen de otro, poemas de otro que da como suyos, y que son suyos aunque los cambios respecto del original que toma como punto de partida resulten mínimos.

Julián Rodríguez es uno de esos raros escritores que personaliza cuanto toca, de tan radical originalidad que no puede dejar de ser original por mucho que se empeñe en no serlo. Nevada es un libro hecho de melodramatismo y elipsis, de vida y literatura, realidad y pesadillas, de recortes de textos ajenos y de silencios propios, de deudas minuciosamente confesadas y de apropiaciones indebidas e inconfesables. Comienza con "Maximilian Kolbe", un largo poema que recrea la historia del cura polaco que en Auschwitz "tomó sobre sí la pena de muerte con que había sido sentenciado otro prisionero". El siguiente texto, de extenso título, muy años setenta, recrea un poema de Dick Davis, lo mismo que "Voz 3". Julián Rodríguez, amigo de préstamos e interpolaciones, gusta de complementar sus libros con notas explicativas; alguna de ellas resulta tan interesante como el poema que comenta y, de alguna manera, lo vuelve innecesario (algo semejante ocurre con cierta frecuencia en Octavio Paz).

Julián Rodríguez es hombre de mil saberes y de cien oficios; ha hecho de todo y casi todo lo ha hecho bien, pero de todo se ha aburrido pronto. Nevada no es un gran libro, ni siquiera quizá un buen libro: es sólo otra carta de presentación de un hombre de genio al que puede esterilizar la versatilidad y la inconstancia de su ingenio. Vale Nevada porque deja entrever materia prima de la mejor ley, y porque incluso en sus costuras se ve el pulso certero de su autor. Todavía no sabemos si el más genial o el más genialoide de su generación.