Image: Instinto de Inez

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Poesía

Instinto de Inez

CARLOS FUENTES

16 mayo, 2001 02:00

Alfaguara. Madrid, 2001. 189 páginas, 2.600 pesetas

Plena de símbolos, búsqueda de lo esencial en lo primitivo, esta novela de Carlos Fuentes revela una prospección y constituye una historia de amor compleja, mágica, de un soterrado lirismo, crepuscular

Pasó la tragedia de la muerte de su hijo por la vida de Carlos Fuentes en 1999, cuando aquel contaba 26 años, a quien va dedicada, con no aplacado dolor, esta novela. Instinto de Inez es, sin embargo, novela de un extraño y atormentado amor narrado desde la vejez, cuando el protagonista, un director de orquesta de 92 años, se dirige a Salzburgo, donde reside, al homenaje que han de brindarle y conjurar, una vez más, La Dammation de Faust, de Berlioz. No es de extrañar la elección de esta romántica y dramática obra, recreación del viejo mito faústico.

Atlan-Ferrara, figura como conocido director de orquesta, un "anti-Karajan, al que consideraba un payaso al que los dioses no le dieron más dones que la fascinación de la vanidad". Un "sello de cristal", cuyo centro, al acariciarlo, canta, constituye un símbolo mágico, objeto que "no había sido fabricado, sino encontrado. Que no había sido concebido, sino que concebía. Que no tenía precio, porque carecía de valor". Debe entenderse como el elemento mágico que aparecerá en diversos tiempos y espacios de la narración. El protagonista nos situará en el Londres de la II Guerra Mundial durante un ensayo que ni siquiera los bombardeos son capaces de interrumpir, porque allí, el 28 de diciembre de 1940 conoció a una cantante mexicana, Inés Rosenzweig.

Será ella quien le entregará el selló de cristal, cuando éste la invite a su cottage, donde habrá de mostrarle una fotografía en la que figura junto a su hermano bello y rubio, perdido en la Europa ocupada. Tal vez no sea su hermano, sino un compañero: otro símbolo más. Pero, pese a la atracción que siente hacia la joven, abandonará el lugar. Fuentes nos adentrará en un complejo análisis psicológico del amor.

El tercer capítulo nos introduce en tiempos anteriores a las glaciaciones. La mujer y el hombre primitivos se descubren entre montañas separadas por abismos, se hacen señas, inventan su lenguaje (al revés que en Altazor), viven en una cueva: el hombre caza y pinta ciervos en las paredes. La mujer parirá una niña. En el capítulo quinto llegan las glaciaciones. Emigrarán hasta un poblado, donde se reglamenta la convivencia. El jefe-pa- dre será derrocado y muerto. Se conjugará la idea del incesto o del pecado. La mujer huirá y regresará a la cueva. Pero habrán descubierto el lenguaje y olvidado el canto. Sólo con la soledad se recobra.

Entre ambos capítulos, nos devuelve el novelista a la historia anterior. La muchacha mexicana se ha convertido ya en una famosa cantante y reclama la dirección de Atlan-Ferrara para interpretar la obra de Berlioz. éste acudirá a México en el verano de 1949. Ella ha cambiado su nombre y ahora figura en los carteles como Inez Prada. El encuentro reanudará el interrumpido idilio. En esta ocasión consuman su pasión. Fuentes describe el desnudo de la mujer (págs 106-107) en una de sus más felices páginas, clave de prosa lírica, aunque tiende también a la reflexión ensayística. Tras el interludio de lo primitivo, los amantes volverán a encontrarse en Londres 20 años después: de nuevo Berlioz será el reclamo. Una vez más la representación es un éxito y, en esta ocasión, también un escándalo, porque en ella se identifica en el escenario Inés con la mujer primitiva, ambas desnudas, junto a la niña o hija: "Y entonces la voz de Inez Prada pareció convertirse en eco de sí misma, en seguida en compañera de sí misma, al cabo en voz ajena, separada, voz de una potencia comparable al galope de los corceles negros [...], a los gritos de los condenados, una voz surgida del fondo del auditorio..." El escándalo hace huir al público mientras aparece en la escena, también desnudo, un joven rubio tocando una flauta. Será aquel hermano, mito de la juventud y del amor. El capítulo siete torna de nuevo al entorno prehistórico con una breve exaltación de los principios éticos de la maternidad que, como el amor de la pareja, no ha variado desde los orígenes. Se cierra la novela tras la dirección homenaje, con el protagonista en la soledad. Sabemos entonces, a través de un diálogo imaginario con el fantasma de Inez, que ha cuidado de la hija de ambos. Pero es una simple alusión. Es a su criada a quien dirige las reflexiones sobre la muerte: "Nuestra vida es un rincón fugitivo cuyo propósito es que la muerte exista. Somos el pretexto para la vida de la muerte. La muerte le da presencia a todo lo que habíamos olvidado de la vida". Y ésta toma como símbolo la fotografía de Inez abrazada al joven rubio. Y ella, la mujer primitiva (pero también Inez) descubrirá a su nuevo compañero entre los abismos y los primeros sonidos del lenguaje gracias a los que reclamará amor. Plena de símbolos, búsqueda de lo esencial en lo primitivo, esta novela revela una prospección y constituye una historia de amor compleja, mágica, difícil, extraña, de un soterrado lirismo, crepuscular.