Justo Jorge Padrón

Justo Jorge Padrón

Poesía

Memoria del fuego

Justo Jorge Padrón, a pesar de sí mismo, es uno de los poetas esenciales de su generación

16 mayo, 2001 02:00

Justo Jorge Padrón

Lumen. Barcelona, 2001. 1038 páginas, 4.900 pesetas

Es difícil acercarse a la obra poética de Justo Jorge Padrón libre de prejuicios. Su manera de concebir la carrera literaria, como una acumulación de libros, traducciones, distinciones, hace tiempo que ha alejado de su poesía a los lectores más exigentes. No parece que vaya a ayudar a recuperarlos esta exhaustiva edición de su poesía completa, más voluminosa que la de cualquier otro de sus coetáneos.

En 1999, y en la misma editorial, publicó J. J. Padrón su último libro, Escalofrío, prologado muy entusiásticamente por Ana María Moix: “Con un lenguaje rico y riguroso, con un despliegue de ritmos y absoluto dominio del verso, la emoción estética se funde con el sentimiento, a veces cosmogónico, del ser íntimo en comunicación con el mundo exterior a través de la palabra no exenta de ironía ni de experiencia onírica, de la palabra poética pletórica de poder visionario y de la memoria del dolor y del júbilo”.

Justo Jorge Padrón, a pesar de sí mismo, es uno de los poetas esenciales de su generación

Publicada poco más de un año después, Memoria del fuego incorpora cuatro nuevos libros inéditos. El primero de ellos, El fuego en el diamante, "energía / cuyo arrebato se hace melodía / de una intensa palabra rutilante”. No le teme Padrón al énfasis ni a lo convencionalmente poético; tampoco al llamativo ripio: “Amarte en el lascivo olor del nardo / con el ardor más tierno del leopardo”. Quizá el más logrado sea “Muerdo el melocotón”, que recuerda a otro soneto, con razón famoso, de Salvador Rueda, pero los hay también de memorable empaque quevedesco: “Siento mi cuerpo haciéndose vacío, / menos que soledad y polvo y sueño, / en el lento después de mi agonía”...

El bosque de Nemi se titula el segundo título inédito que se añade a esta recopilación. Es un libro de amor a la naturaleza, representada en el bosque primordial habitado por mágicas criaturas. Hay hermosos poemas en ese libro, un tanto reiterativo y excesivo, poemas que nos recuerdan a Walter de la Mare, a la poesía neoclásica y a los cuentos de hadas.

Los más prescindibles poemas de El bosque de Nemi pecan de convencionalismo y blandura. Algo semejante puede decirse de los que se incluyen en Lumbre de hogar, dedicados a la vida familiar, llenos de buenos sentimientos, pero donde a menudo la belleza y la verdad están en el tema, no en los versos. Nos emociona el padre feliz que habla en “El despertar de Lara”, no el poeta: “Cuando despunta el alba me despierta, / como lluvia de plata en el cristal del sueño, / su voz tintineante. / Inicio el blanceo de la cuna,/tropiezo con su mano que busca ya la mía. / Un súbito frescor, brisa de estrellas, / se alza gozosamente por mi sangre / abriendo el ventanal de la ternura / a la fragancia azul de la mañana”.

Concluye Memoria del fuego con Trazos en un paréntesis (1965-2000) que recopila poemas inéditos escritos a lo largo de toda su trayectoria: nuevos y viejos sonetos, epigramas, versos de circunstancias. El poeta prefiere, según nos indica en el prólogo al volumen, los dos últimos, aquellos que ha querido que concluyan, por ahora, su obra, “En la quinta del sordo”, homenaje a Goya, y “Siglo XX”. Ambos representan, sin embargo, los peores modos de J. J. Padrón. “Un infierno en el alma es mi sordera”, le hace decir a Goya; también habla de “cráteres ardidos / por la candente esquirla de la furia”, del “terror convulso de una oscura lascivia”, de “llanto sangriento”, “colores terribles”... Contrasta la grandilocuencia enfática y, a menudo, lexicalizada de los textos que el autor destaca con otros poemas sin mayores pretensiones, pero que acreditan a un poeta exacto y verdadero. A su renuncia “a estar presente en los actos mundanos de la vida literaria” y a concentrarse en su “proceso literario lejos de cualquier distracción” atribuye Justo Jorge Padrón que en los últimos años haya escrito más que en los veinticinco anteriores. Para bien de su obra, quizá habría que aconsejarle algunas distracciones.

“Menos es más” dice uno de los lemas de la arquitectura moderna; Justo Jorge Padrón ejemplifica que lo contrario también resulta cierto. “Más es menos”: a más versos, menos poesía; a más distinciones, menor prestigio; a más autopromoción, menor atención crítica. Injustamente, como una rigurosa antología podría fácilmente demostrar: Justo Jorge Padrón, a pesar de sí mismo, es uno de los poetas esenciales de su generación, no el trasnochado vate megalómano que aparece en sus autorretratos y en las caricaturas de sus detractores.