Image: Celaya. Poesías completas I

Image: Celaya. Poesías completas I

Poesía

Celaya. Poesías completas I

GABRIEL CELAYA

5 septiembre, 2001 02:00

Visor. Madrid, 2001. 1009 páginas, 4.000 pesetas

El descrédito de la poesía de Gabriel Celaya ha ido paralelo al de la poesía social, de la que, con razón, se le considera uno de sus máximos representantes. Pero Celaya fue mucho más que un poeta social, casi podríamos decir que fue más que un poeta: fue tres o cuatro poetas, todos ellos, a su vez, proteicos y profusos y, a ratos, excepcionales.

El primero, en orden cronológico, de esos poetas es Rafael Múgica, un epígono del 27, destacado representante del surrealismo español con Marea del silencio, publicado en 1935. Vendrían luego acontecimientos históricos de todos conocidos y una larga etapa de silencio. No volverá a publicar libro Celaya hasta 1947, año en el que trata de desquitarse de esa prolongada mudez publicando nada menos que tres títulos. Uno de ellos, La soledad cerrada, casi puede considerarse un libro póstumo de Rafael Mújica: había sido premiado en 1936 y la guerra impidió su aparición.

Otro de los libros publicados ese año supone la partida de nacimiento de un nuevo poeta, Juan de Leceta, que algo tenía en común -quizá casualmente- con el maestro de los heterónimos pessoanos, Alberto Caeiro. Ambos apostaban por una sorpresiva sencillez, por una poesía aparentemente ingenua, ajena a simbolismos y a alegóricas complicaciones. Tranquilamente hablando y Las cosas como son se titulan los dos primeros libros de Juan de Leceta. En relación con ambos ha escrito Celaya: "Si el lenguaje liso y llano -o prosaico, como decían mis adversarios- me atraía, no era sólo por un deseo de facilitar la comunicación con un lector poco dispuesto a esforzarse, sino porque después del metapoético surrealismo y el superferolítico garcilasismo, me sonaba a impresionantemente novedoso, y de un modo sólo aparentemente paradójico me daba el choque poético y la sorpresa que ya no encontraba en ninguna metáfora, por muy atrevida o muy sabia que fuera".

A finales de los años 40, Celaya le aporta un nuevo lenguaje a la poesía española con los poemas de Juan de Leceta: sin él no habría sido posible la obra de ángel González, de José Agustín Goytisolo, de Gil de Biedma, de tantos otros promocionados poetas del medio siglo (aunque sólo ángel González reconociera entonces y ahora esa deuda).

Vino luego el poeta social, el Celaya más conocido, el que popularizaron los cantautores durante los últimos años del franquismo: "Nosotros somos quien somos./ ¡Basta de Historia y de cuentos!". Es el poeta de los Cantos iberos (1955), el que considera la poesía como un arma cargada de futuro, el que llena sus versos de consignas y buenas intenciones: "¡Camaradas!,/salvemos las distancias,/venzamos las nostalgias./Nuestras manos obreras, todas a una,/darán forma a la esperanza".

Durante el resto de su larga vida, trató de escapar Celaya a la simplificadora etiqueta de poeta social que le había hecho famoso. Nunca lo consiguió, a pesar de que publicó libros y más libros, experimentando siempre, tanteando tendencias, metamorfoseándose continuamente. Su propia facilidad fue su mayor enemigo: escribía mucho y publicaba no sólo todos los poemas que escribía, sino también los que, para una más alerta conciencia crítica, no habrían pasado de borradores.

Gabriel Celaya, antes que un poeta social, era un poeta cordial: toda su obra está llena de poemas de circunstancias, de homenajes a amigos, de admiraciones que le llevan a bordear el pastiche. El libro Objetos poéticos está escrito en la estela de Guillén; otro, titulado precisamente Cantata en Aleixandre, glosa el mundo aleixandrino; Las cartas boca arriba están dirigidas a Blas de Otero, Labordeta, Carlos Edmundo de Ory y mimetizan la manera de decir de esos poetas: "Carlos Edmundo, trasto de lo eterno,/pesadumbre con pelos y con patas/entre días miríficos, escombro,/por tus versos, tus musgos y tus babas...".

Al equipo de profesores que ha preparado el primer tomo de sus Poesías completas, que comprende los poemas escritos entre 1932 y 1960, habría que agradecerle el cuidado que ha puesto en ofrecernos unos textos fiables; compensa ello las insuficiencias de la edición: falta de un prólogo que ayude a entender la compleja evolución del poeta y a situarlo en su época; de una cronología clara de los libros incluidos (ha de irse deduciendo de las notas finales), de un índice de poemas.

Poeta del exceso Gabriel Celaya, poeta mimético y experimental, comprometido y derramado, misterioso y transparente, poeta que fatiga en unas poesías completas, poeta que necesita de una exigente antología para no quedar definitivamente arrumbado en los manuales de literatura bajo una etiqueta injusta por parcial.