Image: Los bosques de la noche

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Poesía

Los bosques de la noche

WILLIAM BLAKE

14 noviembre, 2001 01:00

Trad. Jordi Doce. Pre-textos. Valencia, 2001. 328 páginas, 3.750 pesetas

Casi todos sus contemporáneos (escritores o pintores) vieron a William Blake (1757-1827) como un ser puro, singular y excéntrico. Entre los testimonios de los contemporáneos de Blake que cierran este libro, está el del literato Henry Crabb Robinson, que lo recuerda (hablando, en varias visitas que le hizo) en un libro de 1852. Dice ahí Crabb que Blake le comentó, poco antes de morir: "Para mí la muerte no es más que el paso de una habitación a otra". Algo caótico en sus ideas religiosas -no siempre fáciles de explicar- y que con la mayor naturalidad, en su casa generalmente pobre, hablaba de espíritus y visiones, de los que extraía sus poemas, sus dibujos, su peculiaridad y hasta la compañía. Pero no pensemos en espiritismo gótico o terrorífico; salvo en alguna particular visión, los espíritus eran para Blake seres fraternales y cercanos. Dice haber hablado mucho con Voltaire, de quien estaba lejos, y cuando su interlocutor pregunta en qué lengua hablaba, Blake responde sensatamente (hablaba con el espíritu de Voltaire): "Para mis sentidos era inglés".

Jordi Doce, que ha hecho una muy atinada traducción y un prólogo que va más allá de la introducción a los poemas seleccionados, ha preparado una antología de lo que pudiéramos denominar el Blake menor. No los grandes poemas visionarios (tipo "El matrimonio del cielo y del infierno") sino los primeros poemas del autor, Los esbozos poéticos de 1873 (la única edición, propiamente tal, en la vida de Blake) poemas breves que figuraban manuscritos -como el que fue propiedad de Rossetti- o las más famosas Canciones de Inocencia y Canciones de Experiencia (1789 y 1794) que se contraponen y donde, a mi entender, está lo mejor de este Blake más en corto, pero que se pronuncia siempre como un bardo, de ahí su lado romántico. Aunque llegó a decir que la naturaleza no era obra de Dios, sino del Diablo, los poemas de Blake presuponen el espíritu druídico del mago o transmisor, que entra dentro de las cosas y que canta desde ahí, trascendido por su visión que no suele ser -que no puede ser- la del hombre común. Poemas como "El tigre" (de uno de cuyos versos procede el título de esta antología), "El pequeño vagabundo", "Londres" o "Tirzah" me siguen pareciendo lo mejor de este hombre de Dios que quiere ir más lejos, y que en la experiencia canta con más profundidad que en la inocencia, donde aspira más al himno y a la ternura.

Es cierto -como afirma el prologuista- que William Blake sigue siendo un excéntrico, lejos del neo-clasicismo y cerca de un romanticismo en el que nunca pensó. él era un grabador, pintor, no letrado ni erudito. Y sobre todo vivía en el espíritu. Se le puede tener como un precursor (por la fuerza y belleza en cuño irracionalista de sus imágenes) pero asimismo se le podría tener por un hombre anticuado, lejano a las modernidades que inauguraba su tiempo. El Blake al que la contracultura tomó por modelo (el Blake que amaba Ginsberg) no es, desde luego, un Blake histórico, pero muchos de sus versos permiten esa lectura transgresora y él fue ciertamente un heterodoxo, aunque nunca quisiera apartarse de la voz de Dios y sí de la de sus clérigos.

Antología de poemas menores -que no siempre lo son-, de algunas cartas de Blake y de testimonios de sus contemporáneos (salvo la crítica literaria de Coleridge nadie deja de verlo como un tipo peculiar y sumamente loco) tengo la sensación de que Jordi Doce, en este volumen, no sólo ha querido mostrarnos una parte del Blake poeta más cercano, sino enseñarnos la total figura de Blake -pues el prólogo es más amplio- y volver a poner delante la validez y la sinrazón de este absoluto excéntrico.