Image: Doble filo

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Poesía

Doble filo

Luis Alberto de Cuenca

14 noviembre, 2001 01:00

Selección y prólogo de Luis Muñoz. Hiperión. Madrid, 2001. 209 páginas, 1.500 pesetas

Comienza Luis Muñoz su prólogo a esta antología con una afirmación contundente que pone en cuestión lo que la crítica ha venido repitiendo desde mediados de los 80: "En el curso de la poesía de de Cuenca no hay interrupción, no hay tampoco ruptura desde sus primeros poemas culturalistas hasta los más confesionales ". Lo único que habría a partir de La caja de plata (1985) sería "un cambio de tono y el desarrollo de algunos procedimientos estéticos". Un cambio de tono, el desarrollo de algunos procedimientos estéticos, el abandono de otros, la introducción de recursos nuevos... A eso es a lo que solemos llamar ruptura. Luis Muñoz puede llamarlo de otro modo. Pero si pretende algo más que un cambio terminológico debería recurrir a mejores armas conceptuales de las que hace uso en este prólogo, una serie de confusas variaciones sobre los términos vida y cultura.

¿Qué aportan los 80 a la poesía de De Cuenca? Claridad, coloquialismo, humor, sentido de la composición del poema, culturalismo vivido: técnica y llanto. El poeta de Los retratos (1971), Elsinore (1972), Scholia (1978) utilizaba las referencias culturales como un manto y una máscara, una manera de distanciarse del vulgo y de proteger la vulnerable intimidad. La exhibición de conocimientos era entonces una virtud. Claro que acá y allá, como demuestran algunos de los poemas que ha selecc ionado Muñoz, asomaban los modos y maneras del poeta posterior.

Si la pedantería era el riesgo del primer Luis Alberto de Cuenca, la frivolidad parece serlo del que se inicia en los años ochenta: "La otra noche, después de la movida,/en la mesa me encontraste/y, sin mediar palabra, me quitaste/no sé si la cartera o si la vida". Y hay, ciertamente, frivolidad, desenfado, tono menor en su poesía a partir de La caja de plata; pero hay también, cosa que no quisieron ver algunos críticos, pero que de inmediato percibieron los lectores, un nuevo clasicismo, una manera de decir con palabras de hoy los sueños, las angustias, las ilusiones del hombre de siempre.

Linea chiara tituló Luis Alberto de Cuenca en 1995 la edición italiana de su poesía completa. "Línea clara" se titula el poema que inicia Fiebre alta (1999), su último libro (publicado en México y apenas conocido en España): "Dicen que hablamos claro y que nos repetimos/de lo claro que hablamos, y que la gente entiende/nuestros versos..."

La polémica entre la claridad y la oscuridad en poesía la solventó Alberti: "Por ser claro no se es mejor poeta;/por ser oscuro, no lo olvides, tampoco". Pero hay poetas que no quieren ir de oráculos por la vida, llegar al lector con muletillas hermenéuticas, y apuestan por la claridad, por contar y cantar, por soñar y razonar en verso. Luis Alberto de Cuenca es uno de ellos. Sus mejores poemas son de una claridad misteriosa, llena de ecos y transparencias, jamás se agotan en la anécdota, vierten en odres nuevos los viejos mitos. Otros, por el contrario, tienen sólo una gracia manierista y rococó, un cierto tono burlesco, y es posible que enfaden a los poetas con coturno. No conviene olvidar un tercer tipo de poemas, los que son "un grito (o un susurro) de angustia y soledad". El poema inédito "Navidad", puede ser un buen ejemplo de ello. "Otelo, Mosca y Gloria", otro de los inéditos, nos cuenta la historia de dos gatos con la levedad de Lope y una punzada de melancolía: de su tono menor sólo es capaz un poeta mayor.

Luis Alberto de Cuenca, con su frivolidad y su patetismo, su Horacio y su Tintín, sus borgianas enumeraciones y sus chascarrillos campoamorianos, es un poeta contradictorio, como cualquier ser humano. No es necesario aceptarlo en bloque. Se trata de un maestro que gusta de jugar como un chiquillo, un clásico que a veces parece abrirnos su pecho sin ningún pudor, un poeta para niños de cualquier edad.