Image: Al doblar la esquina

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Poesía

Al doblar la esquina

JOSÉ LUIS GARCÍA MARTÍN

5 diciembre, 2001 01:00

José Luis García Martín

DVD. Barcelona, 2001. 94 páginas, 1.300 pesetas

¿A qué se deberá la indefectible ausencia de García Martín en los recuentos y en las antologías de la poesía de las últimas décadas? ¿A sus planteamientos y preferencias como antólogo, a sus reseñas, digamos, contundentes, a ciertas anotaciones impertinentes de sus diarios o, simplemente, a la inercia de los otros, a la falta de curiosidad o a esas características de la raza que nos recordara Cernuda?

A todo ello junto, tal vez, pero no a la escasez de la producción (diez libros en treinta años) ni a la calidad de sus poemas, ni a su coherencia. Porque García Martín ha tratado tenazmente de responder en ellos a los mismos gustos y exigencias en los que insisten sus prólogos y sus críticas, con todas las matizaciones que se quiera, y en el conjunto de su Material perecedero. Poesía 1972-1998 sus mejores poemas, no pocos, son incuestionables.

Al doblar la esquina es un libro extenso y en bloque único, con cerca de 60 poemas en los que las voces de sus personajes amplifican en variedad de perspectivas la visión esencialmente unitaria del poeta, en la que la sentimentalidad va matizando con reflejos cambiantes la reflexión sobre el tiempo, la soledad, el desposeimiento y la fragilidad de los seres humanos, constantes principales del libro. El poeta insiste en las citas iniciales y en la "Nota del autor", que cierra el conjunto, en el valor de las voces múltiples, que se conforman, obviamente, como convenciones deícticas y, a la vez, como un conglomerado de homenajes, alusiones e intertextualidades que materializa la inseparable unidad de vida y cultura; pero quizá, de todo lo que apunta a reforzar ese artefacto eficazmente trucado que es Al doblar la esquina, lo más claro es lo que sugiere la cita de Valera: "Nunca un poeta habla tanto de sí mismo como cuando no habla de sí mismo". Porque lo que resulta del conjunto es la unidad de inspiración y de objetivos que se concentran en las constantes que he señalado y que, en último término, trasmiten la emoción y el pensamiento de una conciencia de pérdida estrechamente ligada a la sentencia del tiempo: "antes que todo se lo lleve la negra gusanera/déjame un día más, aunque sólo sea un día,/el olor de la yerba y la rosa silvestre".

El doblar la esquina del título gana en sentido simbólico a medida que se recorren estos poemas en los que se acusa el cambio de tono del poeta, menos tendente ahora a ironías y sarcasmos (con excepciones demoledoras, como "El testimonio de un superviviente", o esa evocación de los muertos personales, frente a los cuales todos los vivos parecen "seres a medio hacer"), también más melancólico y más sobrio en el fondo, a pesar del despliegue imaginativo de sus poemas (vale la pena citar el bestiario que puebla el libro de signos de muerte y sufrimiento) y a pesar de la riqueza de registros que los monólogos dramáticos aportan en distintas perspectivas, acumulados sobre todo en los poemas iniciales y finales, entre los que destacan los autorretratos de Marina Tsvietáieva y Anna Ajmátova o "Sei Shônagon hace recuento de su vida".

Más inmediatos, hondos e intensos, los mejores del conjunto me parecen los poemas que ocupan el centro del libro en una prolongada elegía que concentra la confidencia sentimental y las reflexiones más punzantes sobre la edad, los sueños obsesivos, la soledad, lo efímero del amor y el calor de la amistad, uno de los valores más presentes en todo este material perecedero. (A un posible antólogo de la poesía inicial de este siglo yo le sugeriría poemas como "Otro recuento", "La oración del ateo", "Sa- crificio", "Cualquier vida feliz", "Márgenes", "El avaro" (distinto del poema de idéntico título en Treinta monedas), "Noviembre", "Nunca solos" o "Desde el desván al sótano"). Aquí está el otro García Martín, el poeta.