Image: La búsqueda y la espera

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Poesía

La búsqueda y la espera

Antología de posía jóven

26 diciembre, 2001 01:00

Jesús Beades

Pról. de F. Ortiz. Kronos. Sevilla, 2001. 161 páginas

No poco asombro y alguna inquietud produce esta reciente antología de poesía joven. Asombro: un puñado de poetas todavía más cerca de los 20 que de los 30, inéditos en libro en bastantes casos, se nos presenta de golpe como uno de los grupos más compactos, coherentes, sabios y emocionados de la nueva literatura. Nueve poetas -de los que el lector más informado sólo habrá oído mencionar a uno o dos: Enrique García-Máiquez, Jesús Beades- se nos revelan de golpe como verdaderos poetas. Pocas veces habrá ocurrido un hecho semejante. Y aún hay más circunstancias que justifican el asombro: todos ellos -salvo uno- son sevillanos, todos están ligados a una revista, Númenor, que edita el colegio Altarir, todos ellos han tenido como profesor de literatura a Fidel Villegas, todos comparten lecturas y devociones.

Y aquí empieza la inquietud. ¿Verdaderos poetas o sólo jóvenes dotados de una extraordinaria capacidad de mímesis? Un poema de Alejandro Martín Navarro, "París", inicia la antología. Estos son sus primeros versos: "En el barrio latino/un olor a fritura, mientras hiela febrero/sus callejuelas tristes./La nerviosa hojarasca corretea...". La adjetivación nos pone en seguida sobre la pista, muy pronto confirmada: sí, detrás de este poema está Miguel d’Ors, detrás de la mayoría de los poetas antologados se encuentra el magisterio de d’Ors, algunas veces muy evidentemente (compárese su "Notas para un poema", incluido en La imagen de su cara, con "Poema sin título para un atardecer", de Beades). De d’Ors viene el humor, la precisión verbal, el tono entrañable, la renovación de la poesía religiosa que estos poetas manifiestan.

Y ese es el mayor motivo de inquietud, e incluso de rechazo, para ciertos lectores. ¿Poesía confesional a estas alturas? Sí, pero sin mogigatería, sin apolillamiento, sin nada que suene al tosco nacional-catolicismo de nuestra infancia. Del más joven de los poetas antologados, Joaquín Moreno Pedrosa (1980), se nos dice que es "miembro de honor de la Tolkienian, Chestertonian, Lewisian Society", y todos ellos muestran su devoción por Tolkien, Chesterton, C. S. Lewis, amigos de mitos y de ritos, de la insólita modernidad de la tradición.

Hay magisterios evidentes en estos poetas, orgullosamente exhibidos, fecundamente asumidos, pero sólo raras veces asoma el riesgo del pastiche (ya hemos mencionado un poema de Beades, podríamos aludir también, como hace el prologuista, un inteligente Fernando Ortiz, a los borgianos sonetos de Antonio Javier Sánchez Risueño: "El roce de tu piel, la luna, un verso.../son la sola razón del Universo").

Pero lo insólito, en poetas que empiezan, no son torpezas, ingenuidades, deudas; lo insólito es el elevado tono medio y el poema memorable, que, de vez en cuando, y en casi todos los antologados, nos obliga a frotarnos los ojos incrédulos y a una relectura inmediata. Algunos ejemplos: "Aquel lugar", de Alejandro Martín Navarro, evocación de "la tierra inmortal de la luz primigenia"; "Motivos"o "Magia", de Rocío Arana, secreta y cordial; el "Poema de adiós", de Jesús Beades; "Atardecía", de Pablo Moreno Prieto; las cálidas palabras, con su "filo de nieve", de Francisco Gallardo Gil; "La rosa del desierto", de Jaime García-Máiquez.

Pocas veces una antología de poetas locales, de poetas amigos, casi de poesía estudiantil, ha incluido a tantos buenos poetas. Los malintencionados hablarán de aplicados ejercicios, de un mimético buen hacer, de alumnos ejemplares, y en parte puede que tengan razón. Pero sólo en parte. La poesía, que sopla donde quiere, ha soplado con fuerza sobre los redactores de la revista Númenor. Lo que estos poe-tas llegarán a ser no lo sabemos, lo que son ya podemos verlo -y disfrutarlo- en las páginas de este libro juvenil, ingenuo y torpe en raras ocasiones, rozado más a menudo por el ala del milagro.