Image: Corimbo. Elegía de Medina Azahara

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Poesía

Corimbo. Elegía de Medina Azahara

Ricardo Molina

23 enero, 2002 01:00

Ricardo Molina

Linteo. orense, 2001. 137 páginas

Quiere el tópico que al hablar de Ricardo Molina haya que referirse, inevitablemente, a la aventura de Cántico y a su marginación por parte de la estética realista que comenzó a predominar en la poesía española a partir de finales de los años 40. Quizá va siendo hora de que lo leamos al margen de las polémicas de entonces (inventadas, en muchos casos, después, o al menos magnificadas). Corimbo (polémico premio Adonais en 1949, frente a Blas de Otero) es menos una obra unitaria que una antología de los diversos caminos que había seguido Ricardo Molina en una primera etapa. A ese libro le seguiría un largo periodo de silencio, roto precisamente con Elegía de Medina Azahara (1957), que no se reproduce completo -inexplicada e inexplicablemente- en esta edición. La parte omitida se titula "La vuelta a la poesía": "No lo creía entonces. Pasaron meses, años./Menos yo y este amor, todo ha cambiado ahora./No creí que pudiera volver a ti, poesía./Lo necesario estaba en las cosas que mueren".

Su primer libro importante, y todavía para algunos lectores el más atractivo de los suyos, Elegías de Sandua (1948), muestra en bastantes pasajes una sorprendente coincidencia de tono con los poemas de Alberto Caeiro, que había sido publicados en portugués dos años antes y que no sería traducidos al español hasta 1957; la dicción, falsamente ingenua, es en bastantes ocasiones la misma.

Comienza Corimbo con una cita de Paul Claudel, poeta cuya retórica aparatosa es uno de los más pesados lastres de los poetas de Cántico. En Ricardo Molina -poeta culto, guía intelectual de sus compañeros- se dan cita muy diversas y contradictorias influencias. Pagano y cristiano, marginal y oficial, la personalidad de Ricardo Molina no resulta menos contradictoria que su obra. Por un lado se le ha comparado "con la imagen legendaria de un Cavafis solitario y errante por las calles de Alejandría en busca de aquellos turbadores y prohibidos placeres que, en nuestra literatura, inmortalizara Luis Cernuda"; pero, por otro, el mismo estudioso, Carlos Clementson (prologuista de esta edición), ha señalado su "relación afable, más o menos sumisa" con la plutocracia local, lo que le permitió el desempeño de "una cierta función de protagonismo cultural" en la Córdoba de su tiempo.

En Corimbo hay precisos y escuetos poemas y también aparatosos ejercicios de estilo. "Retrato de un poeta (1910)" traslada a la época modernista su conciencia de la insuficiencia de la palabra poética, la sensación de que finalmente importa más la vida.
Lo más prescindible de Corimbo lo representan poemas como "Oda a Gerardo Diego", con todos los tópicos del garcilasismo, pastichista aria de bravura en que se canta "el orden bellísimo del mundo". El mejor Ricardo Molina, o el que más sintoniza con el lector de hoy, es el de poemas como "Variaciones en metro sáfico sobre una canción vulgar", donde acierta a prescindir de preciosismos.

La Elegía de Medina Azahara ha sido tradicionalmente considerada como una de las cimas de la poesía de Molina, y no cabe duda de que en ella ha encontrado el símbolo perfecto de su visión del mundo: las ruinas de Medina Azahara son las ruinas del paraíso perdido, de un imposible oasis de "calma, lujo y voluptuosidad" sin conciencia de pecado. En "Poeta árabe" traza Ricardo Molina su soñada genealogía y su más preciso autorretrato: "Los hombres que cantaban/el jazmín y la luna/me legaron su pena/su amor, su ardor, su fuego./La pasión que consume/los labios con un astro,/la esclavitud a la / hermosura más frágil./y esa melancolía/de codiciar eterno/el goce cuya esencia/es durar un instante".

Poeta prolífico, desigual, marginal y deseoso de ser aceptado, de figurar en el mundo literario de su tiempo, Ricardo Molina. También poeta verdadero, inconfundible, imprescindible en un puñado de poemas, algunos de los cuales se encuentran en este volumen.