Image: La rabia de la expresión

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Poesía

La rabia de la expresión

Francis Ponge

20 febrero, 2002 01:00

Edición de Miguel Casado. Icaria, 2002. 171 páginas, 15’03 euros

Hay cosas que existen sólo en el lenguaje y sólo por él. La poesía es una de ellas, y Francis Ponge uno de los mejores casos de poeta en los que la escritura es el resultado de un complejo análisis en el que el proceso perceptivo y el conocimiento que produce van parejos e implican no sólo la máxima conciencia lingöística del acto poético sino también toda la serie de movimientos paralelos y previos al acto creador.

Ponge es un nuevo tipo de poeta clásico, atento a las relaciones que el lenguaje establece entre él y las cosas, y entre éstas y el yo. De ahí la fascinación que su obra despierta entre los filósofos y también la influencia que la filosofía ejerce sobre él. Enemigo de "la prostitución literaria", su ideal no es otro que "No sacar a la luz más que aquello que [se es] -él dice "que soy"- el único en decir". Le importa "la seriedad con que se acerca al objeto, y "lo muy preciso de la expresión" que le confiere, porque relativiza el antropocentrismo en que nuestra civilización está asentada y, por ello, deja que las cosas hablen y analiza su hablar. Las cosas se hacen así palabra, y las palabras cosas, pero no al modo del poema-cosa de Rilke, sino mediante una serie de procesos etimológicos y empíricos en que el lenguaje se pone en movimiento hacia las cosas y recibe de ellas su decir. Parti pris des choses, el más conocido de sus libros, se acerca a ellas buscando su variación. Su lema es "revelar, elaborar, refinar, abolir", y eso es lo que su escritura hace: realizar el programa que en Poèmes (1948) había explicado a Camus y levantarse contra "una tendence générale à l’ideologie páteuse".

La rage de l’expression es una teoría y práctica de esto, y su método también. Miguel Casado -que lo ha traducido de una forma canónica que respeta el espesor y la opacidad del texto original- explica en su prólogo, un excelente estudio disfrazado de ensayo, lo que Ponge y su libro son en sí: su "voluntaria heterogeneidad" y su "notable hibridez genérica"; su uso del cahier más que del diario; la alternancia de formas cerradas y abiertas; la concepción de la poesía como "un texto capaz de interiorizar la crítica del lenguaje, el debate entre éste y la realidad, y convertirlos en su materia, en su forma"; su rechazo de lo ya dicho y su búsqueda de lo por decir; los cambios de ritmo, de género; de discurso; su saber que "las palabras no significan en referencia al mundo sino dentro de un sistema cultural"; y que "el conocimiento es captación de una esencia". Para Casado, Ponge "es un poeta radicalmente metafísico".

Pero el Ponge realmente mayor se encuentra en ese texto insólito y único que es "El cuaderno del pinar". En él hay una prosa tan profunda como tersa, en el que las observaciones se agolpan y los versos van apareciendo en una epifanía hecha de magia, ciencia y reflexión. "Surgid, pinares, surgid en la palabra. No se os conoce. Entregad vuestra fórmula. Para algo os ha observado F. Ponge" -escribe el 18 de agosto de 1940, y, dos días más tarde, lo completa con el deseo de acceder al mundo "de la palabra [...] al logos, o, si se prefiere, al reino de Dios". La mitología y el pino descompuesto en sus letras, desescrito, refigurado, le abren la vía a "lo que llama un conocimiento más serio", resultante de anotar no ya las posibilidades líricas del pino sino los distintos aspectos del pinar, que descompone en instantes e instancias del poema, de los que extrae un saber que no es sino balance. En el apéndice que lo acompaña explica que lo que quiere leer es lo que tiene que escribir, que no se trata de una narración, "sino de conquista". E interpreta esa "conquista" como una redención. En su correspondencia de la época expone su doctrina: "una tentativa de asesinato de un poema por su objeto"; y "una técnica por poeta" y también "por poema". Y eso es lo que realiza en "La Mounine o Nota aplazada sobre un cielo de Provenza", en el que opta por "el azul de lavanda" de Chabaud y "el espejo negro de los pintores". El cielo para él "no es más que un inmenso pétado de violeta azul"que oculta o enseña sus lugares; y el tiempo, "lo que los colores han tardado en pasar". Por eso quiere publicar no sólo la "fórmula" sino "el diario de su exploración". Y eso es este libro tan singular como profundo, y tan nuevo como sorprendente. Como dijo Sartre, no se ha ido "más lejos en la aprehensión del ser de las cosas", y en la consciencia de las limitaciones del lenguaje también.