Poesía

La estrella de la tarde

Porfirio Barba Jacob

29 mayo, 2002 02:00

Ed. ángel Luis Vigaray. Huerga y Fierro, 2002. 144 páginas, 11’30 euros

El colombiano Porfirio Barba Jacob (1883-1942) principal de los pseudónimos que usó Miguel ángel Osorio Benítez, es poeta de una antología, aunque incluso en ella se vean sus caídas y destellos tratándose de un verdadero y atrevido personaje, arriscado periodista político, homosexual y marihuano, como dijo de sí propio.

Un auténtico maldito, precursor de la vida contracultural. Vivió mucho tiempo en México -en cuya capital murió- amigo, en aquellos últimos tiempos, de Salvador Novo. (Aunque aún no editada en España, el novelista colombiano Fernando Vallejo publicó en 1984 una biografía de nuestro hombre, Barba Jacob, el mensajero).

Poeta modernista o postmodernista, lleno en largos trechos de sonoridades gastadas (muy darianas) cuando escribe lo mejor de su lírica -siempre irregularmente editada- y en torno a 1920, Porfirio Barba Jacob seduce e innova, sin em- bargo, cuando se autorretrata, adelgazando algo los ritmos modernistas, y entra en un verso más despojado y libre, o con rimas de menos calado, en el que escribe algunos de su smejores poemas confeisonales, de tinte homoerótico y maldito: Los desposados de la muerte, Balada de la loca alegría, Elegía platónica o Futuro...

Poeta esencialmente hispanoamericano por su turbulencia, por su vitalismo nuevo (como recuerda Gastón Baquero) lo es también porque creyó -en la estela de Rubén Darío y de José Enrique Rodó- en un futuro hispanoamericano e indígena, muy exaltador y muy lejos del poder e influjo de Yanquilandia. Un sueño que los latinoamericanos no logran aún resolver, pero que no ha muerto.

La estrella de la tarde (título muy modernista como Rosas negras) corresponde al de uno de sus primeros poemas válidos -antes habría escrito mucha nadería- según narra el mismo Porfirio Barba Jacob en su texto autobiográfico La divina tragedia, hermoso y retórico, que data del año 1920, y que en esta antología se utiliza como prólogo, si como epílogo figura el mentado artículo de Gastón Baquero. La verdad es que fuera de estos textos la antología preparada por Vigaray no aporta nada a la que yo preparé y prologué largamente en 1988 con el título de Rosas negras (Mestral, Valencia). Están algunos de los mejores poemas del autor y los inevitablemente anticuados y retóricos, pero falta una información -que pueda darse- vital, intelectual y estilística, sobre un poeta tan sugestivo como contradictorio.

Un poeta postmodernista que abrió muchos caminos, manteniéndose en una retórica anticuada, quizás a su pesar. (Pensó que el largo Acuarimántima, por ejemplo, tardosimbolista y farragoso, sería uno de sus mejores logros. Hoy no será difícil considerarlo -pese a su compostura- probablemente entre los peores).