Indignación
Juan Manuel Villalba
10 abril, 2003 02:00Juan Manuel Villalba. Foto: Archivo
A primera vista un título como este puede parecer al lector -y lo es- una seca declaración de principios. Si el lector conoce los dos libros anteriores de Juan Manuel Villalba, Fondo (1992) y Todo lo contrario (1997) puede pensar que el poeta ha extremado la perspectiva moral que caracteriza las historias que cuenta en sus poemas.También estará en lo cierto. Sin embargo, en cuanto hojee las 27 páginas de este libro se dará cuenta de que declaración y perspectiva moral se aplican ahora a un poema unitario de casi 400 versos en los que el poeta subsume en una prolongada introspección todos sus escenarios, todos sus personajes, sus perplejidades y sus constataciones.
Más cuanto menos: parco en poemas, Juan Manuel Villalba ha utilizado desde Fondo una rica imaginación y un decir que a menudo desborda los metros tradicionales para lo que parecería todo lo contrario: para tratar de ir al grano. Igualmente, y sin alardes paradójicos, ha sabido bordear la narración directa y utilizar la sugerencia, el salto de lo evidente a lo complejo para ser preciso, para nombrar poé-ticamente la realidad de la conciencia, incluyendo en ese acto de nombrar el análisis del desconcierto. "¿Dónde abre la ciudad de la conciencia/sus puertas a la fuga?", se preguntaba en Fondo. La respuesta estaba implícita en la misma pregunta, y eso es lo que desde entonces hasta Indignación trata de conocer el poeta: la ciudad de la conciencia, la conciencia sucesiva del vivir vista como un territorio progresivamente depurado de elementos anecdóticos pero siempre abigarrado de imágenes.
En el análisis introspectivo de Indignación la ciudad de la conciencia es ahora una casa, la Gran Casa de la Indignación en la que nos introducen los primeros versos y en cuyo trazado reflexivo se van imbricando los motivos de fondo de toda la escritura poética de Villalba (y también de Un mundo secreto, su reciente libro de narraciones). De la misma forma que en sus libros anteriores el yo se multiplicaba en una variedad de personajes para abstraer un juicio moral, ahora todos esos personajes alimentan desde la sombra al yo que analiza una vez más su propia -y angustiosa- conciencia del tiempo, que trata de entender, entre otras cosas, el sinsentido y el desamparo cotidianos "en la niebla inquietante del Ahora", el prestigio poético del dolor, la sorpresa del amor, la pérdida, en fin, de la inocencia, y que necesita recolocar sus puntos de referencia para alcanzar, al menos, un precario punto de llegada en su meditación poética, porque "todo hombre que se precie necesita un infierno". A lo largo del poema se suceden las definiciones que lo intentan, desde el desengaño, con un guiño a Borges ("Todos somos el mapa de un mundo irrepetible/que nada importará cuando se extinga"), con escepticismo ("Somos ciegos que miran dos espejos/que a su vez se contemplan entre sí") pero también con un creciente voluntarismo que se hace fuerte desde la indignación, desde la resistencia.
Los versos finales proponen, a partir de una airada ruptura ("la duración del tiempo es un conflicto/ que merece la pena dejar sin solución"), una reconstrucción de la conciencia que se formula en dos versos tan sencillos como memorables y que pone mínima base a un vivir desde la esperanza. La conclusión deja abierto el poema de la única forma consecuente, desde la reafirmación de un sentido moral más allá de la paradoja necesaria. Asimismo recupera sentido moral la escritura, entendida como una "forma de callar abriendo el verso:/la convicción, la música, el timbre y el milagro/de cada nueva imagen que nace y sobrevive,/y anima los rescoldos del poema...": el resultado de esta Indignación es, así, finalmente, un acto transitivo que nos implica y en el que nos reconocemos.