Image: Sabor a sal

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Poesía

Sabor a sal

Johannes Köhn

12 junio, 2003 02:00

Johannes Köhn. Foto: Bassarai

Trad. José Luis Reina Palazón. Bassarai. Bilbao, 2002. 152 páginas, 11’6 euros

Johannes Köhn (1934) ha vivido al margen de toda moda literaria: hasta su jubilación ha trabajado como peón de una empresa constructora, y su aparición en la literatura, después de un primer libro publicado en 1955, es bastante reciente.

Desde 1960 hasta 1989 -en que su Yo, parroquiano del rincón lo dio a conocer- ha escrito más de ocho mil poemas que han desembocado en cuatro libros: Apoyado en el aire (1992), Estela de luz (1995) y Agua no es bastante (1996). Sabor a sal ha sido tomado como título de esta selección hecha por sus amigos Irmgard y Benno Rech que explican, en su epílogo, la singular figura del autor y los espacios en que se mueve su escritura. La antología permite adentrarse en la obra de este raro poeta del Sarre, en el que la verdad de la sintaxis y un tipo de poema hecho de fragmentos, más que de proceso o de discurso, constituyen la forma de un lirismo de campo que funciona sobre visiones instantáneas, en las que el inventario de la imagen interesa más que la emoción. Poesía a veces tautológica, que rehuye el análisis, opta por la descripción y elimina la sorpresa, pero que no renuncia a una extraña intensidad que viene dada menos por los hallazgos de lenguaje que por su intermitencia: por una especie de dinamismo en ráfagas que está en la base de su idea del verso y que otorga al poema -como si de un cuadro cubista se tratara- su realización y descomposición en diferentes planos.

Como esta antología no sigue un criterio diacrónico resulta difícil saber si esta técnica pertenece a un periodo o se asocia al tratamiento de un determinado tema. Lo mismo puede decirse de sus bastante claras influencias: Rilke, Trakl, Celan. Pero, si por algo se caracteriza la escritura de Köhn, es por seguir una tradición que no es sólo la estrictamente contemporánea: hace un hábil uso de la prolepsis, denuncia el militarismo y propone un clima de solidaridad. A veces se le escapan metáforas audaces que no quiere o no puede borrar. Pero lo suyo es el modo de constitución del poema, la epifanía de su forma, las instancias de la persona poemática y la casi anulación del yo. En ocasiones, parece decidirse por poemas de género. En otras, practica un lirismo demasiado rural que ha ido dando paso a una temática social que nos resulta mucho más próxima. En este sentido hay que entender un poema como "Preferidos", al que no es ajena su propia experiencia biográfica. Otra clave suya, no exenta de interés, es la constituida por la serie de poemas dedicados a figuras de la Biblia, de la mitología, de la Antigöedad Clásica. Podría hablarse en el él de "una escritura del dolor" y de la búsqueda del sentido del mundo, concebida de un modo más complejo de lo que parece y en la que hay un claro principio de esperanza". Pero lo más significativo de ella no es tanto su ausencia de sistema como su capacidad para objetivar una comunicación del compromiso que tal vez sea, si no lo único, sí lo máximo que esta poesía sencilla nos transmite y nos da.

Sus mayores aciertos -"Viejas mujeres en un café", "Residencia de ancianos", "La excavadora"- demuestran que estamos ante una escritura a la que nadie negará la condición de verdadera.