Image: Mío amor (poemas eróticos)

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Poesía

Mío amor (poemas eróticos)

Vicente Núñez

18 septiembre, 2003 02:00

Vicente Núñez

Renacimiento. 243 pp, 7 e. El suicidio de las literaturas. de aquí. 194 pp.

El cordobés Vicente Núñez (1929-2002) fue un poeta secreto durante la mayor parte de su vida y un pintoresco personaje durante los veinte últimos años, cuando escribía lo mejor y lo peor de su poesía.

Vicente Tortajada y Juan Lamillar, en el prólogo y epílogo a Mío amor, antología de sus poemas eróticos, se centran sobre todo en el personaje. Más atento al texto se muestra Francisco Javier Torres, quien en El suicidio de las literaturas ha recopilado por primera vez los ensayos y la crítica literaria dispersos en revistas.

La trayectoria literaria de Núñez resulta muy semejante a la de los poetas de Cántico, con los que siempre estuvo vinculado. Su primer libro, Los días terrestres (1957), fabula una infancia mítica, cuenta una historia de amor, cartografía un melancólico paraíso en demorados alejandrinos en los que al toque cernudiano se añade un aire casi costumbrista. Mayor relación que con Cántico mantiene Vicente Núñez durante los 50 con el grupo malagueño de la revista Caracola, en la que aparecen buena parte de sus poemas y la mayoría de las reseñas que integran la primera parte de El suicidio de las literaturas. Luego vendrían los años de silencio, de apartamiento de la vida literaria. El éxito entre la atenta minoría de Ocaso en Poley (1982) y la amistad con cierta dama ilustre le dio notoriedad y le hizo protagonista de anécdotas disparatadas. Vicente Núñez encarnó, por voluntad y por destino, un prototipo de poeta maldito que entremezclaba humor, desgarro y cierta querencia por las candilejas y el bufonismo.

En los libros que siguieron a Ocaso en Poley no escasean los poemas en los que parece reírse menos de sí mismo que de sus acríticos admiradores. En Epístolas a los ipagrenses (1984) su sintaxis se vuelve deliberadamente barroca y a ratos de un realismo hímnico que lo aproxima a Claudio Rodríguez. El libro siguiente, Teselas para un mosaico (1985), se inscribe en cierta moda helénica y romana muy característica de los primeros 80. Núñez juega al pastiche y al anacronismo en desenfadados poemas que entremezclan sátira y erotismo. Al lírico humor (o malhumor) de las epigramáticas Teselas le sigue la voluntariosa retórica de los Sonetos como pueblos (1989-1991). El último gran empeño lírico de Núñez (que jugaba a desdeñar la poesía, a la que llamaba la gran Ramera) está representado por los Himnos a los árboles (1989), donde su poesía busca una hondura metafísica y una vaga intensidad rilkiana.

Entre los "Otros poemas" que cierran esta selección no faltan los homenajes a Bécquer, Antonio Machado y a la poesía popular, tres no siempre explícitas fuentes de lo mejor de su obra. Se cierra Mío amor con una selección de los aforismos que, con el título de Sofisma, fue publicando Vicente Núñez en un diario cordobés. Resultan muy desiguales, dan la impresión de ser casi escritura automática, ocurrencia instantánea que vale lo mismo dicha al revés, mecánico darle la vuelta a las frases hechas; no faltan, sin embargo, los aciertos fulgurantes, las intuiciones felices. Juan Lamillar afirma en el epílogo que "ganaban mucho cuando los enunciaba su autor"; eran, pues, menos obra del escritor que del personaje.

Francisco Javier Torres habla de la "radical especulación conceptual y lingöística" en la que Vicente Núñez se ejercita en los últimos años. Pero el intuitivo, sensorial, vitalista Vicente Núñez no parece que estuviera demasiado dotado para el pensamiento abstracto, aunque a veces jugara, ante un público complaciente, a perderse en filosóficas cavilaciones. No sabemos si el autor tomaría enteramente en serio la retórica más o menos heideggeriana de esas páginas. De El suicidio de las literaturas interesan sobre todo los menos pretenciosos textos de la primera parte, donde se incluye, junto a otras divagaciones cernudianas, su colaboración en el primer homenaje a Cernuda, el de la revista Cántico (1955), uno de los pocos que no disgustaron al exigente autor de La realidad y el deseo.


INMORTALIDAD
Te amé tanto que, un día, abandonó mi alma
la cárcel de su cuerpo. Errátil, y no hallándote,
regresó a la morada que yo daba por mía.
Mas no estaba mi cuerpo donde allí lo dejara,
sino el tuyo, vastísimo, como un templo de oro.
Y no le diste asilo. Y ya no tendré muerte.

Vicente Núñez