Image: Pirografía. Poemas escogidos (1956-1985)

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Poesía

Pirografía. Poemas escogidos (1956-1985)

John Ashbery

29 enero, 2004 01:00

John Ashbery. Foto: Archivo

Trad. y ed. de Martín Rodríguez-Gaona. Visor. Madrid, 2003. 265 páginas, 10 euros

Lo que sorprende de Ashbery es lo mismo que nos subyuga en él: el continuo cambio de perspectiva, que impone al hacerse y deshacerse de las cosas, el sistema de percepción al que las somete, y ese proceso paralelo que parecen seguir, sin darse cuenta, tanto la realidad como su observador.

John Ashbery es más que un poeta: es casi un filósofo -o el modelo de filósofo que todo verdadero poeta aspira a ser. En Ashbery la visión no es -o no sólo- teoría, sino vivencia elevada al máximo grado de ficción. Sus diez primeros libros -que son los que esta antología resume tanto como recoge- dan cuenta de eso: de un poeta muy poco al uso, especial, que ha introducido en el poema un nuevo modo de discurso y que lo ha ido afinando hasta lograr que el verso pierda sus convenciones, y los detalles sean la única parte de las cosas que todo observador acierta a ver. Podríamos hablar de algo así como un significado en fuga, que se realiza en la fragmentación de todo movimiento y que, en ese movimiento, es superior a todo lo que se mueve o flota dentro de él.

Dotado de una muy plural capacidad de forma, Ashbery ha ido desarrollando una escritura cada vez más móvil y más exacta, en cuyos precisos mecanismos puede captarse todo lo invisible, incluido "el olor de la luz", y la epopeya de lo cotidiano, concebida como un "pasar por la misma calle en tiempos diferentes", sabiendo que nunca es posible "alterar el corazón de las cosas", porque todos estamos "entre la nada y el paraíso", lo que no le impide descubrir "el arcoiris de las lágrimas" en medio de los malestares de una sociedad cada vez más compleja.

La poesía de Ash-bery se caracteriza por la heterogénea simultaneidad de sus planos, por captar en cada hecho repetido la llamada o la huella de lo desconocido, y por introducir una difusa sensación del tiempo. De ahí ese río que supone su cauce, y ese ritmo que viene sugerido sólo por el rumor de su caudal. La singularidad de cada análisis viene dada también por la naturaleza de sus materiales y por una inusual tendencia a combinar lirismo y reflexión: su enhebrar sus propias percepciones sobre la privacidad de unos objetos que existen sólo "mientras van llegando" y que está llamado a desaparecer. El sentimiento de la contingencia y una cierta piedad mezclada, con una buena dosis de cinismo y otra, no menor, de muy consciente inteligencia han dado a esta escritura ese aspecto, casi definitivo, que ha llegado a tener y que tanto influyó en Gil de Biedma: me refiero a ese saber encontrar "unas pocas palabras importantes", pronunciadas, como quería Auden, en "un tono menor".

La evolución de Ashbery -sobre todo, la posterior a 1975- queda bien explicada aquí: el título de uno de sus poemas, "Paradoxes and Oximorons" puede sintetizarla. Lo óptico, que siempre ha sido un guiño y un correlato de lo conceptual, funciona ahora de otra manera: la pintura, y no el pensamiento, es lo único que la mente no puede agotar.

Toda selección es discutible, pero ésta de Ashbery ofrece una imagen doble: la de su estructura permanente y la de su no menos continua evolución. Las versiones no son todas iguales, pero la prudencia del traductor le lleva a cometer menos fallos que aciertos. Pirografía constituye una excelente aproximación.