Image: Señales con una sola bandera. Poesía reunida

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Poesía

Señales con una sola bandera. Poesía reunida

Luisa Castro

6 mayo, 2004 02:00

Luisa Castro

Hiperión. Madrid, 2004. 298 páginas, 13 euros

"El poeta es el que escapa al lenguaje montado en un caballo de lenguaje", dice Luisa Castro en el prólogo a Señales con una sola bandera, que recoge sus cinco libros de poesía publicados entre 1984 y 1997. Reafirma así la autora el carácter especulativo de su obra.

Una obra que ha ido creciendo en intensidad y en depuración, siempre en una línea de descubrimiento interior que ha ido orientando los cambios sucesivos de cada libro hacia un ahondamiento mayor en su personaje y en su lenguaje poético. Odisea definitiva (1984), publicado a los 18 años, fue muy bien acogido y le valió figurar inmediatamente en la antología Las diosas blancas (1985) como una de las poetas más originales del momento. Leído a veinte años de distancia, este primer libro juvenil, organizado unitariamente a partir de la reutilización del mito de Ulises, conserva su frescura y su encanto pese a lo que evidencia de tanteo en su busca de una figuración compleja del personaje femenino y de las relaciones amorosas en un escenario en el que se funden mito y realidad colectiva. A la precoz capacidad creativa se unía ya una sólida visión de su instrumento verbal propio, la palabra entendida como "una mujer abierta de piernas, animal/ gestante,/infinitamente divisible, una estructura/de miedo/laberíntica e infranqueable".

Más ambicioso pero menos logrado, Los versos del eunuco (Premio Hiperión, 1986) rendía, en prosa y en verso, su particular tributo al neo-surrealismo y a un hermetismo algo confuso, con diversas referencias culturalistas (Terencio, Pound, Corbière, Leopoldo María Panero, una larga cita en latín de Tibulo, etc.). Pese a todo, la figuración del ambiguo personaje del eunuco permitía a la poeta ampliar su escrutinio de la educación sentimental en el ámbito hostil del acceso a la edad adulta y del descubrimiento de las ilusiones mutiladas, del miedo, de la crueldad esencial de la vida social, unos temas que con otra distancia y otros enfoques narrativos retoman, en mi opinión más acertadamente, los dos libros siguientes, Baleas e baleas (1987), escrito en gallego y publicado luego en versión bilingöe (1988), y Los hábitos del artillero (Premio Rey Juan Carlos, 1989), el mejor de la autora hasta la fecha.

Libros escritos en paralelo a su primera novela, El somier (1990), ambos reconducen el análisis de la experiencia hacia una identificación más precisa con el ámbito geográfico de la niñez y la adolescencia y desde una razón narrativa unitaria que permite ampliar el mundo de referencias y el trazado de unos personajes diversos que integran mejor a la protagonista en el ámbito social. La cita de Konrad Lorenz que abre Los hábitos del artillero introduce, con más sarcasmo que ironía, el desengaño de las apariencias y de las ideas recibidas, la dificultad de los aprendizajes y del conocimiento de la realidad. Depurando su lenguaje, logra Luisa Castro un avance sustancial en su lengua poética, que traza sugestivas alegorías mediante los continuos quiebros de sentido, el juego de tonalidades, las elipsis, el vaivén entre la intimidad y lo testimonial.

De mí haré una estatua ecuestre (1997), su último libro publicado, culmina la indagación iniciada con Odisea definitiva, ahora desde una mayor concisión que añade misterio, peso alegórico, dramatismo y emoción a la constatación de la pérdida de la inocencia: "Refugiada/ de los venenos que acechan,/nadie/ puede arrancarme el corazón.//Así de muerta estoy". Lírica difícil, acechante, la de Luisa Castro muestra en esta recopilación que su "sola bandera" es la del rigor auténtico, más allá de teorías y tendencias.