Image: Los pasos evocados

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Poesía

Los pasos evocados

Antonio Carvajal

13 mayo, 2004 02:00

Antonio Carvajal. Foto: Francisco Fernández

Hiperión. Madrid, 2004. 100 páginas, 8 euros

"Bagatelas" titula Carvajal la última sección de su nuevo libro. Y es posible que más de un lector se sienta tentado a utilizarlo para descalificar a una parte, no escasa, de su obra. Como los epígonos del barroco, como el dieciochesco rococó, Carvajal gusta de los asuntos menores, del minucioso artificio, del amical homenaje, de la primorosa floritura.

Antonio Carvajal es especialista -teórico y práctico- en el arte de la rima y gusta de experimentar con ella: en este poema la sustituye con acierto por el homoteleuton entre los esdrújulos "último" e "íntimo". En otro poema juega con la participación de palabras: "Desliza una nube el vés-/pero por la quieta atmós-/fera sin pájaros; nos/roza la frente y, por pies,/gana una cima leja-/na, país de nieve, ba-/jo los opulentos dí-/as que la sed tanto año-/ra. Y dice la tarde: ¡No!/Y el agua repite: ¡Sí!".

No faltarán lectores-profesores que admiren este partir un cabello en dos. O un octosílabo tan paronomástico como "émulo túmulo trémulo". O los juegos de palabras que varían con ingenio una frase hecha (Blas de Otero y ángel González han fatigado el procedimiento): "que está el ruiseñor/en celo y no quiero/que muera su celo/en luz de pasión". También gozará el lector experto con ir desentrañando las alusiones a Rubén Darío que aparecen en "Bagatelas" (recuerdo de una estancia en Mallorca): "canta por la memoria un ruiseñor/su verso azul y su canción profana", "bagatelas de un Rubén/diario". De Flandes y del camino de Andújar, de los jardines de Granada y de las flores de invierno hablan otras secciones del libro. Hay casi siempre un destinatario interno. "Jardines de Granada" se dedica a "Beatriz, menina" y comienza con un "Ofrecimiento": "La piel suave de la peonía,/un regusto de bojes/recién cortados como la noche/y algo como celindas/que está al acecho, que no camina/pero que gusta tanto/como las rosas, como los ramos/de este jardín que ofrezco,/niña, a tus manos; niña, a tus sueños". Otra sección, "La música en Viana", dedicada a Guillermo González, termina con un "Envío": "Guillermo, estas palabras se alimentan/de un recuerdo de música y jardines".

No le beneficia a este libro tan refinadamente menor, tan empeñado en sacar nuevos brillos a los más convencionales temas líricos -ruiseñores, flores, jardines- el prólogo retumbante y desaforado y buena muestra de que cantar y razonar no son habilidades que suelan ir parejas. En carta circular, un editor comunica al poeta que "para figurar en una muy concreta antología" ha sido seleccionado "por un indeterminado e innominado grupo de personas consultadas". Hasta aquí todo muy bien, pero es que además se le pide "una breve justificación" de su poesía. Cualquier buen entendedor sabe lo que se le pide: esas vaguedades en prosa que se suelen denominar "poéticas" y que es costumbre que figuren al frente de la selección de cada autor en las antologías. Probablemente Antonio Carvajal lo sabe también, pero prefiere entender otra cosa para tener ocasión de ponerse estupendo: "Justificar, ¿qué? ¿Es un crimen escribir poemas, leerlos en público, editarlos? ¿Es un crimen respirar, beber agua con sed, comer si lo exige el apetito, haber ayuntamiento con fembra placentera si la carne resucita y pide proclamar su plenitud de vida? Y ¿ante quién, ante quiénes debo justificarme? ¿Quiénes son esos jueces de velado rostro que expelen desde sus ocultas bocas un aliento pestilente contra mi nuca?". Y todos estos trenos shakesperianos sólo porque Chus Visor -o alguien similar- le ha pedido unas líneas sobre su poesía. Lo del aliento parece gustarle especialmente a Carvajal. En la página siguiente escribe: "¿Por qué hablas así?, preguntan los jueces que arrojan su pestilente aliento contra la nuca del poeta" (raros jueces esos que interrogan a un reo que les da la espalda: quizá porque son conscientes de su haliatosis).

Los excesos retóricos se notan más en prosa que en verso. Y hacen desmerecer un tanto la pasmosa maestría de los poemas que siguen, maestría que a más de un lector, sin embargo, dejará tan indiferente como los trinos y primores garcilasistas de la inmediata posguerra.