Image: El príncipe rojo

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Poesía

El príncipe rojo

Almudena Guzmán

19 mayo, 2005 02:00

Almudena Guzmán. Foto: Archivo

Premio Claudio Rodríguez. Hiperión. Madrid, 2005. 75 págs, 8 e.

Poeta tranquila, más discreta que áulica, Almudena Guzmán (Navacerrada, 1964) ha dejado pasar siete años entre Calendario (1998) y la nada inocente alegoría amorosa que sirve de engañoso pretexto argumental en El príncipe rojo.

Si en Usted (1986), el más celebrado de sus libros, se vertían los aprendizajes del amor con palabra irónica y fresca, ya Calendario consignaba con mayores claroscuros otros aprendizajes y nuevas inquietudes. El principe rojo, ahora, por debajo de su apariencia de historia sentimental y también de la continuada alusión al erotismo místico o bíblico que sirve de pauta estilística y tonal, va trazando fragmentariamente en sus cuatro capítulos otra indagación más desoladamente existencial en la conciencia de lo cotidiano, que aflora desde los primeros poemas gracias a unos pocos indicios que la autora va dejando caer, como si nada, entre sus versos, como la cita de Isaías que abre el libro: "Porque el día de la venganza está en mi corazón, y el año de mi redención ha llegado".

Palabra hablada, en la aventura de autoconocimiento que prosigue aquí, Almudena Guzmán demuestra seguir amando su ritmo propio (como mandaba el maestro Rubén Darío) y tratar de seguir ritmando sus acciones frente a los otros, en la vida pública, en la vida de todos los días con los otros. Son estos, creo, los verdaderos antagonistas del personaje poético que recibe y despide a un príncipe rojo que, más que el amor, representa la resistencia, la dignidad, la supervivencia, el aprendizaje.

Del otro lado de la imposible armonía, ahí están los otros, renovado infierno en la vida privada de cada cual, "devorando/los brotes de los sueños,/el mantillo de la dignidad/ y las raíces de la risa/con la avidez como bandera./Como una plaga de langosta". El bestiario bíblico, la flora, el espacio natural sostienen con sus imágenes depuradas el peso del dolor y de los desengaños: "De qué flor habrán salido/semejantes frutos./ Qué serpiente se enroscaría en su tallo/y qué traición del viento/los propagaría". Como el humor salva a medias, contra la insolidaridad y el desprecio ajenos -"trasiego/de agua- maniles y jofainas/para lavarse las manos"- la ironía sirve de precario escudo colectivo -"Otras ruinas como yo invadían el paisaje"- que apunta también, cargado de sarcasmo, al ámbito de la condición femenina: "Mano sobre mano/me tenían/sin nada que hacer./Ni libros ni bastidor/ni un humilde/ tiesto de albahaca/que regar:/ni siquiera un cubo/y un paño/ para asear la estancia".

No sabemos si hay príncipes azules, pero éste que la poeta ha pintado de rojo con desbordante imaginería, con vuelo visionario y con la inmediatez de lo cotidiano -"cayeron los sueños/ con la facilidad de las horquillas"- viene a hablar menos de amor que de integridad y de autoexigencia. La aventura se cumple, pero no en el encuentro sino luego, de nuevo en soledad: "Cuando se marcha/ el príncipe rojo/ es como el mar./No se ve./Pero está ahí". Delicadamente, como si nada, Almudena Guzmán da otra lección de las suyas.