Image: Atlas

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Poesía

Atlas

Ana Isabel Conejo

23 junio, 2005 02:00

Ana Isabel Conejo. Foto: SGAE

Premio Hiperión. Hiperión. Madrid, 2005. 62 páginas, 7 euros

¿Vuelve, como en los años 20, el poema en prosa a ponerse de moda? Con la antología Campo abierto (Dvd), que analiza y recopila de polémica manera las más recientes muestras del poema en prosa, coincide el último premio Hiperión.

Pero ¿están realmente escritos en prosa los poemas de Atlas? Así comienza el primero de ellos: "Como los indios quechua esperan cada año, al llegar el solsticio, la salida nocturna de las Pléyades, y evalúan su brillo, y ese indicio les guía para saber del año que vendrá y del día exacto que iniciará las lluvias". Inmediatamente reconocemos un endecasílabo, "la salida nocturna de las Pléyades", independizado por ir entre pausas. Una segunda lectura nos permite ver que todo el párrafo está escrito en verso: comienza con un alejandrino, sigue un heptasílabo y así sucesivamente. A la manera de Unamuno en las "Visiones rítmicas" de Andanzas y visiones españolas, A. I. Conejo dispone tipográficamente como prosa (o a veces como versículo) lo que previamente ha escrito en verso.

Buena parte de los poemas del libro -y de ahí el título- se dedican a evocar lugares que están a medio camino entre la geografía y el mito, entre la ensoñación y la historia: Mash-kan-Shapir, una Venecia muerta entre las dunas, con los canales hundiendo "su esqueleto de lluvia en los blandos aluviones del Tigris"; Recópolis, "perlas y ópalos engarzados al círculo sagrado de la historia"; Deir el-Medina, "un bosque de papiros de piedra"; Cesárea Marítima, con su olor "a puerto y a fritura y a dátiles, las voces del mercado gritando en muchas lenguas"... Bastan estas mínimas citas para darnos cuenta de la deuda de Ana Isabel Conejo con el exotismo modernista (también el Gimferrer que definía a Montreux en uno de los más conocidos poemas de Arde el mar como "rosetón de los ópalos lacustres" parece haber dejado su huella).

Alguna vez la autora tantea la ironía, la crítica del tiempo contemporáneo, pero no lo hace con demasiada fortuna. Poemas como "Roma" o "Mentiras" disuenan así del resto. En el primero de ellos, a los míticos tiempos del grand tour, "cuando las ruinas eran sólo ruinas" se contrapone la banalización contemporánea: "Ahora hay tornos de acero para entrar en los templos y los ángeles brillan como cromos. Nadie teme los aires insalubres de Roma... En los Foros, acaban de estrenar nuevas luces". En el segundo, se critica "esa vida de las celebraciones, la rutina y las compras": "La gente está tan ocupada, tan ocupada siempre... Ir al supermercado, hacer reclamaciones, recoger a los niños de la clase de inglés y, cuando toca, visitar a la suegra, cenar con los amigos".
También algo de lección y moraleja se transparenta en "Otra ciudad": "Mosaico de retazos de mar y calles sucias, la ciudad es más sabia que el orgullo de cuantos se creyeron sus herederos únicos. No distingue lo extraño de lo propio, ofrece por igual a todo rostro su perfume de puerto y de automóvil". ¿Qué es aquí lo autóctono?, se pregunta la autora. Y la respuesta viene dada por una serie de preguntas retóricas: "¿La fachada de ojivas medievales, las palmeras plantadas en el pasado siglo? ¿esas arquitecturas de volutas vienesas o las altas columnas de capitel corintio erigidas a un dios cuyo nombre todos han olvidado? ¿Lo son las golondrinas o los gorilas blancos? ¿Las rosas de Bulgaria para honrar a San Jorge?".

Un sabio uso, y quizá algún abuso, de lo convencionalmente poético hay en este libro de seductora retórica neomodernista. Los poemas finales buscan mayor trascendencia, no quedarse en la estampa bellamente coloreada: nos hablan de la dificultad de ser, de la vejez y de la muerte.

Ana Isabel Conejo, que nació en 1970, es autora ya de una abundante obra poética: cinco libros además del que ahora comentamos, cada uno de ellos publicado gracias a su correspondiente galardón. Tanto el aparecido en el 2004, Vidrios, vasos, luz, tardes (accésit del premio Adonais), como Atlas, la acreditan como un nombre a tener en cuenta, como una poeta con oficio y verdad. Corre sin embargo el riesgo, en el que tantos gozosamente incurren, de profesionalizar su habilidad y su versatilidad técnica para acumular premios, tan útiles al comienzo, tan contraproducentes luego.