Los campos Elíseos
Pablo García Baena
23 marzo, 2006 01:00Pablo García Baena. Foto: Cal
Un nuevo libro de Pablo García Baena es siempre un acontecimiento para la poesía. Ahora, destilada durante quince años, la escritura de Los campos Elíseos rompe un silencio apenas interrumpido por la publicación de Recogimiento (2000), su poesía completa hasta la fecha, y de la antología En la quietud del tiempo (2002).
Siempre más cerca de la realidad palpable que de la incitación metafísica, el poeta de Córdoba aúna nuevamente en sus poemas la precisión y el misterio, eso mismo en que consiste la música para el joven violinista del poema "El concierto", que sirve de prólogo y de poética indirecta a las cinco secciones musicales de este libro abierto a la belleza y la sugerencia de las realidades concretas que ocupan buena parte del conjunto: así, la extensa "Obertura sobre XVII temas de viaje" y "Cuadros de una exposición".
En cada nombre o espacio evocados, en cada uno de los templos, los cuadros, los tapices, las calles, o los homenajes literarios late ardiente la razón elegíaca desde la que García Baena nos habla del fugitivo amor, paladea con sensualidad el lenguaje ("Los tapices de Anjou"), recrea ciertos tonos del modernismo rubeniano ("Art Déco District"), ironiza sobre la edad ("Primavera romana"), se interna en su conciencia de lo vivido ("Ciudad") o vuelca sobre la contemplación de un cuadro, objetivándola, su propia meditación sobre el erotismo, el deseo o la mortalidad, como en "Taza de agua y rosa sobre bandeja", un magnífico poema en que el cuadro de Zurbarán y un verso de Juan de Salinas -"Porque aun su morir se alabe"- dan pie a la inacabable reivindicación de los sentidos.
A continuación, sin embargo, los cuatro poemas de "Improptu hispalense" introducen unos tonos sombríos en los que la elegía se torna más contrastada: los escenarios históricos, casi tapices, de "Jardín de Dos Hermanas" y de "Turris amena" sugieren, con su metáfora compleja de belleza y destrucción, un mayor peso de la constancia de lo efímero, mientras que tanto en "Jardín de Abelardo" como en "Estafeta a Veruela" la mirada interior proyecta sombras fúnebres: "Caminos del olvido/ para el paseo del carro de la muerte,/ la mano lesa fuera, en el adiós/ a la guitarra en llanto que toca el infortunio,/ allá en la Venta de los Gatos". Los poemas de "Contrapunto", en su diversidad de sarcasmos sobre la edad, de diálogo visionario con el amor antiguo, con alguna figura familiar, acentúan oscuras sugerencias que el espléndido "El coche de punto" vuelve más íntimas y acuciantes.
Como un "Oratorio", en fin, cierran el libro cinco poemas de postrimerías rematados por el bellísimo "Arca de lágrimas", que yo enlazaría con alguno como "Viernes santo", de Antes que el tiempo acabe, y que culmina con una doliente oración final: "Señora que volvéis los ojos/ en la fatiga de la compasión/ -velan aún, confusos, los tambores-,/ ayúdanos, Altísima".
FRANCISCO DíAZ DE CASTRO
Otoño en Málaga
Huésped ligero el otoño llega
silencioso hasta Málaga. Yo rezo
por sus vendas benéficas de lluvia
fajando el dulce corazón maltrecho
del verano y su carne. Beso llamas
en las murientes hojas del recuerdo.
Adiós, fría glorieta. Sobre el banco
extiende octubre harapos verdinegros.
Caen frutos y pájaros. La niebla
cicatriza los besos.