Un mal ácido
Cecilia Quílez Lucas
8 febrero, 2007 01:00A propósito de infancias, el impresionismo poético de Quílez evoca precisamente los recuerdos de la niñez, vagos, persistentes: "Calada camiseta, infantil tirante/ abrocha un hombro transparente,/ cultivada piel de caricias, / piel de niña de diez años" ("Las niñas buenas"). Buena conocedora del arte de la alusión, la poeta confía en la música del verso. Porque esta poesía canta: "Tengo, tenía, / no tenía, no tengo / nada ahora/por culpa, culpita/de este pañuelo/que tapa, tapó/mis ojos bonitos, /tan grandes ellos" ("Your latest trick…"). Una niña no lo hubiera expresado mejor.
Y, sin embargo, la estructura del verso es ingeniería pura: "Puso mi abuela un escapulario,/ hechizada seña que el candor tutela,/ plástico atroz que mi níveo pecho/llaga: Santa Gema" ("Las niñas buenas"). La sintaxis oscila entre la funcionalidad de la lengua hablada y el más fino calibre poético: "No fuiste mejor que a mis labios/ la melaza cuando añora el azúcar" ("As de espadas"). Y si hay que contar sílabas, se cuentan: "Hoy quiero que me canten / las hojas de los castaños, / que entren por mi balcón/ y hagan de mí una estela/ que me cubra de olvido" ("Paisaje ideal"). Autoconsciente, siempre bajo control: la técnica de una poeta dueña de sus recursos.
Más convincente en lo concreto que en lo abstracto, Quílez recrea con originalidad figuras y motivos bíblicos ("La suerte de Lázaro", "La mano en la fuente"). Pero es una divinidad pagana la protagonista del poema alfa: "Podría ser la absoluta diosa de las guerras,/ lidiar de cazadora para lograr la presa./ Pero me voy a hacer la ciega;/ seré sólo la mangosta/ que caza serpientes a cualquier hora,/ para tejerme en casa / un abrigo de moda" ("Artemisa").
La de Cecilia Quílez es poesía que cuenta cosas. Y lo hace francamente bien. Un mal ácido no exige relecturas, pero crece con ellas. Estos versos son promesa de otros, futuros, incluso mejores que los presentes. A sus 42 años, la poesía de Quílez tiene toda una vida por delante.