Image: Elegías

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Poesía

Elegías

John Donne

22 febrero, 2007 01:00

John Donne. Dibujo de Grau Santos

Edición de Gustavo Falaquera. Hiperión. Madrid, 2006. 112 páginas, 10 euros

Ley de Murphy de los (malos) poetas: aspirad a la originalidad y os devorará el prototipo. De resultas de lo cual, la crítica literaria contempla una rica taxonomía de dramatis personae del verso: poetas comprometidos (sobre todo con el poder), poetas deprimidos (sobre todo en otoño), poetas enamorados (sobre todo de sí mismos)… Negándonos la imaginación, el cliché nos mata. Por eso leer a John Donne es leer a un poeta vivo: una sola máscara no es suficiente para dotar de rostro literario a las muchas voces que resuenan en sus versos. Donne no es unidimensional, ni coherente, ni original. Es humano. Estas veinte Elegías son otras tantas versiones de la experiencia humana, cada una irrepetible, todas ellas universales. En soberbios pareados heroicos, Donne encarna al amante irónico ("Los celos"), al Don Juan sofista ("El cambio"), al pretendiente viperino -e hilarante en su malevolencia- ("El perfume"), al Pigmalión abandonado ("La tutela"), al Casanova romántico ("La variedad"), al libertino persuasivo ("A su amada al acostarse"). Incluso la poeta tiene aquí su tribuna ("Safo a Filene"). Siempre el mismo, siempre diferente.

Y si Donne es Proteo, su traductor parece Jano. En su nota introductoria, Gustavo Falaquera afirma: "Ya he expueso en repetidas ocasiones mis criterios: fidelidad a los originales, verso a verso, trasladándolos al castellano con el mejor ritmo posible y la sintaxis adecuada para que también en nuestro idioma suenen y actúen como poesía" (p. 11). Sin embargo, de esta declaración de principios poco puede constatarse en el texto. No cometeremos la ingenuidad de discutir la precisión semántica de la traducción de Falaquera: una edición bilingöe es lo más cercano que existe al crimen perfecto, gracias a la socorrida coartada de que la infidelidad no es engaño cuando va acompañada del original. Argumentos falaces aparte, sigue sin convencernos que "great legacies" se traduzca como "magnánimos legados" ("Los celos"s, v. 10) o "sweet sweat" -esa impecable aliteración- como "sudor fragante" ("La comparación", v. 1). En fin. Que cada cual cargue con su conciencia.

Lo que no disculpa ni la más bilingöe de las ediciones es la irregularidad -incorrección- del texto de llegada. Algunos ejemplos: en español, la correlación "aunque… pero…" ("Though… yet…") es imposible, por mucho que abarque once versos intermedios ("El perfume", vv. 13-25); "¿O piensas sordo al cielo?" se antoja construcción caprichosa, máxime remitiendo a una oración completiva absolutamente nítida -"Or thinke you heaven is deafe?"- ("La reconvención", v. 7); el hipérbaton "esas temibles alas perdió con las que vuela" retuerce cruelmente la naturalidad de "He lost those awfull wings with which he flies" ("La variedad", v. 60), sin servir a ningún propósito, ni siquiera eufónico; "my new-found-land" se convierte en el flagrante calco "mi nueva tierra descubierta" ("A su amada al acostarse", v. 27), en lugar de "mi tierra recién descubierta". Etc. Es constante la alteración arbitraria de asíndetos: "tan pálidas, lisiadas, enjutas y ruinosas" ni siquiera intenta evocar el ritmo de "So pale, so lame, so leane, so ruinous" ("El brazalete", v. 26). Más grave aún, "Ellas son nuestras trabas, y son las suyas propias" significa lo contrario de "They’are our clogges, not their owne" ("El cambio", v. 15). ¿Y cómo justificar que "looks" degenere en una cursilería como "miraditas" ("Al separarse de ella", v. 51)?

De esta traducción, como González Iglesias señala a propósito de Petrarca, no diremos que no nos sirve: diremos que no nos basta. (Y perdón por trivializar lo sublime). Consolémonos: de las Elegías de Donne, siempre nos quedarán las páginas pares.

En Apenas 60 años John Donne (1572-1631) lo vivió todo. El amor (Anne, su esposa) y la pérdida (de Anne, en 1617). La popularidad (de bon vivant) y el ostracismo (por su matrimonio secreto con una intocable). La prosperidad (de cuna) y la miseria (del paria). El catolicismo (de familia) y el anglicanismo (por decreto real). La política (como parlamentario) y el púlpito (como capellán real). La prisión (por Anne, cualquier cosa) y la libertad (la del insobornable, la del poeta). Escribió como vivió: sin renunciar a nada. Desde sus Satires y Songs and Sonnets (ca. 1593) hasta los Holy Sonnets (1618), amor y muerte confluyen en una poesía de la metáfora, la experimentación, la ironía iluminadora. Pronunció su propio sermón funerario. Una vida plena para una obra extraordinaria.