Poesía

Los muertos no van al cine

Juan López-Carrillo

5 abril, 2007 02:00

Candaya. Barcelona, 2006. 130 págs, 15 euros.

Decía Horace Walpole que la vida es una comedia para los que piensan y una tragedia para los que sienten. Y aquí llega el poeta, dispuesto a llevarle la contraria. En Los muertos no van al cine, Juan López-Carrillo se niega al maniqueísmo -tan práctico, tan falaz- y asume una forma de humanidad ecléctica, simbiótica, total: el hombre como criatura cambiante, rara, contradictoria. Es decir, libre.

Como libre -libérrima- es también su ars poetica. Es la lengua la que se somete con docilidad pasmosa a las exigencias del poeta. Cada sílaba se deposita en el verso con la sencillez de 2 + 2 = 4: "La frontera de mi patria / es el borde de mi plato" ("Nacionalismo"). La metáfora sostenida tampoco flaquea ("Oposición"). De léxico transparente, esta poesía habla una lengua viva desde una mentalidad absolutamente moderna, capaz de conciliar cultura general de concurso televisivo, sueños suicidas y romanticismo del de toda la vida: "Contra el cristal de la ventana, / desaparramada y abstracta, / un poco de la zona cerebral / que corresponde a la función del lenguaje / y justo a su lado, / el amasijo que coordina / el movimiento de los brazos, / de las manos y de las piernas, / o quizá el equilibrio / de la respiración y del anhelo, / de las caricias y de los dulces besos" ("Celebración en vigilia de San Juan"). Podría sonar adolescente. Podría. Pero no.

Además de libre, el poeta es inteligente. Entiende que esto es 2007. Que el aforismo vale tanto como las tiradas de versos. Que somos lo que somos no en una dimensión metafísica, sino en un mundo sucio, monótono, bello. Y, por encima de todo, la traducción de nuestro entorno -críptico, hostil- a términos humanamente comprensibles por medio del humor, el más necesario de los sentidos ("Trauma").

Un humor nunca más eficaz, por cierto, que cuando se aplica a la poesía misma, como en la parodia del haiku. Y cuando la ironía deriva en sátira, evoca lo mejor de la mejor tradición poética: "Esta mañana me dicen / que no fuiste a trabajar / por encontrarte muy enfermo. / Como un alacrán suicida [...] / sufre ahora las consecuencias / por leer tus propios versos" ("Únicas alegrías (1)", dedicado "A los poetas de solemnes esquelas de poesía"). Leemos a López-Carrillo, pensamos en Juvenal.

Hay momentos de debilidad en que el poeta se desliza peligrosamente hacia el cliché ("Amor letal", "Alivio"), la anécdota ("Regate", "A la par") o el chiste ("Únicas alegrías (2)"). Aun así, la calidad del verso no se resiente, conservando intacto su poder de sugestión, la solidez de su ritmo. En Los muertos no van al cine, López-Carrillo da vida a una persona poética creíble, cercana, profundamente humana, cuya máscara es la de la comedia, al menos hasta que la realidad se encarga de dar la vuelta a la sonrisa para convertirla en rictus trágico. La resistencia a consentírselo es nuestra eterna lucha. ánimo: vamos por buen camino.