Image: Libro de la egoísta

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Poesía

Libro de la egoísta

Yolanda Castaño

5 julio, 2007 02:00

Yolanda Castaño. Foto: Carlos Lago

Ed. bilingöe. Trad de la autora. Visor, 2007.120 pág., 8 euros

Un título como Libro de la egoísta focaliza la atención, como era de esperar, en el ego, pero, lejos de presentar tal instancia a la manera de un monolito, lo que la lectura va descubriendo es un continuo trabajo de problematización de eso que "yo" pudiera ser y es que el yo de que se habla, y el yo sin más, es problemático en sí mismo, una vez que se deja advertido en la leyenda inicial que "su nombre comienza con YO", efecto de inscripción del yo en el nombre propio, y de que, como se irá leyendo, no es más que el resultado de una pluralidad: "Yolanda mezquina", "Yolanda cazadora", "la soldada, la comerciante", "la huérfana, "la sobe-
rana estéril, la egoísta porque está sola". Así, la figuración de este yo es eminentemente compleja y, por tanto, conflictiva. Estas múltiples caracterizaciones para el personaje que aquí habla se completan con el anuncio de ser "la de la única estirpe de Adnaloy" -palíndromo de Yolanda- y, continuando con la genealogía, se dice "yo, hija de mis hijas" -donde se recuerda a Yeats-. Y, en fin, proclama "soy la ventrílocua", lo que encuentra un eco en otro de los textos en la pregunta "¿De qué ventrílocuo somos?".

Así, el yo que habla, además de que no es nada complaciente consigo mismo, se sabe el producto de un fragmentarismo casi sin límite; y no sólo eso, sino que, si su voz es impostada, ventrílocua, ni siquiera controla su catálogo de registros -o personajes-, sino que en último término éstos vienen determinados desde otro lugar, que se enuncia nada más que como interrogante.

El dispositivo textual que expresa esta crisis del yo está en armonía con ello. Dividido el libro en seis partes, cada una de ellas responde a una forma particular: poemas en prosa, serie de preguntas, un texto en prosa dedicado "a Yolanda", frases de un diálogo del que no se precisan los interlocutores, una escena teatral que introduce un poema en verso cuyo trasfondo está en El amante de Marguerite Duras, páginas de un diario y una carta de la propia autora, lo que permite que la firma, "Yolanda", sea la última palabra del libro. La escritura huye así de la unicidad y se fragmenta en múltiples formas.

Por su parte, el lenguaje no sigue la máxima de la coherencia. Por el contrario, el fluir discursivo ofrece ciertas resistencias, síncopas, quiebros inesperados de la frase, etc., que alejan esta escritura de los modos realistas. Siendo que sus trabajos anteriores ya eran de verdadero interés, yo diría que con este libro Yolanda Castaño (Santiago de Compostela, 1977) se afianza como un valor poético definitivo.