Image: Edenia

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Poesía

Edenia

Manuel Padorno

6 septiembre, 2007 02:00

Manuel Padorno. Foto: José Miguel Ruiz

Tusquets. Barcelona, 2007. 160 páginas, 14 euros

A su muerte Manuel Padorno (Santa Cruz de Tenerife, 1933-Madrid, 2002) dejó numerosa poesía inédita, tanto antigua como reciente. El mejor fruto de su intensa actividad de los últimos años son los cuatro libros que integran Canción atlántica, publicado póstumo en 2003 y verdadera culminación de su extensa obra poética. De entre los inéditos restantes se publica ahora Edenia, que viene a acrecer el territorio mítico cuya búsqueda e invención ocupaban los libros de la citada tetralogía, sorprendente aventura poética en alas de una aspiración libérrima hacia otra realidad (título del segundo de ellos) y de una imaginación dinámica capaz de crear el otro lado (tercer libro): una realidad de palabras misteriosa, cambiante y luminosa que aparece como un canto de amor del poeta a su mundo atlántico pero también como la imponente respuesta, no exenta de humor y de juego, a una necesidad de inventárselo mayor y multiforme, extrañamente adánico y cercano a la vez, superior al que llamó el autor el "zafio recinto rutinario" de la vida corriente, siempre latente en el envés de los poemas, sin embargo.

Como afirmaba el poeta en El otro lado enlazando a su manera con las formas del decir místico -por más que esta poesía poco tenga de indagación metafísica-, el acceso a esa nueva realidad exige "el atolondramiento más perfecto": "A veces sólo quiero hacer de mí/ un idiota perfecto, el más perfecto". Este proceso, mental y verbal, ocupa amplio espacio desde Canción atlántica hasta permitir al yo lírico afirmar: "he llegado, por fin, a donde nada es razonable". Puede decirse, por ello, que el territorio misterioso y mágico ahora minuciosamente descrito en Edenia ya estaba trazado en la luminosa utopía que ocupa buena parte de los libros anteriores, con su insistencia especulativa en el desajuste de los sentidos, en la necesidad de un entendimiento "otro" y paradójico y alucinado: "Me maravilla ver por todas partes/ lo inexistente", proclama en El otro lado. La diferencia esencial radica en que si en los poemas de éste el protagonista viene a teorizar y a expresar más explícitamente la poética y las condiciones de ese "otro lado" fuera de toda lógica, "genuino país de la otra luz", en Edenia toma protagonismo exclusivo la descripción exultante de esa "hacienda" prodigiosa de la que el protagonista toma posesión y cuyos objetos y territorios en continua metamorfosis afianzan a lo largo del libro su existencia quimérica.
En estos poemas últimos Padorno -"obrero del desvío", como se definió en un poema-, con un lenguaje siempre en apariencia cotidiano pero abierto de continuo a sugestivas transgresiones temporales, espaciales, semánticas y sintácticas como las recién citadas, describe el inmenso bestiario fabuloso, los lugares y las formas de un estar, o mejor, de un ser-estando en esa nueva realidad inventada que trasciende toda lógica, cualquier condición racional de existencia de este nuevo mundo natural y de los seres que lo habitan. También la técnica compositiva del libro reviste una tensión expresiva semejante: nueve partes formadas por siete poemas de veintiún endecasílabos cada uno crean una sólida estructura que canaliza mediante la música del verso y en núcleos argumentales secuenciados el enorme dinamismo del discurso que establece constantes reiteraciones, permutaciones y extrañamientos, todos ellos eficaces también, sin duda, para sugerir lo que la propuesta de Padorno tiene de señal de una insatisfacción existencial de fondo. Es esta la que parece extremar la búsqueda de su protagonista en una experiencia de creación que en Edenia desemboca en la minuciosa y obsesiva necesidad enumerativa y nominativa que, en poemas como "Animales acuáticos" o "Y la selva despierta" alcanza un carácter hímnico arrollador. Y, sin embargo, este paraíso personal tan sorprendente y estimulante es también un paraíso atemporal y solitario en cuya generosa creación resulta significativa y clamorosa la ausencia de otros seres humanos. Algún lector los echará de menos.

El apeadero

A la puerta el camino se me echaba.

Y una garza tal vez durante el sueño.

Aquí nacen las nuevas proporciones.

Comenzaba el camino mientras tanto

sobre un poco de tierra entre los árboles

dejando atrás la puerta que se abría

También el sueño iba dejando a un lado

el inmenso naranjo, nunca visto,

las gaviotas nocturnas muchas veces.

Desde la puerta misma, en adelante

comenzaban las nuevas dimensiones

un poco más a un lado que hacia el otro.

Tanto las aves como los insectos,

los animales y los peces, todos

cambiaban de tamaño, y de razones.

Yo pasaba en caballo interminable.

La vega grande, el valle más abierto,

el bosque del espacio más azules.

Todo estaba delante, descubierto,

y en mi casa del agua, sobre el río

donde vivir, allí me apearía.