Poesía

Diarios de robinson

Anton Vallet

20 septiembre, 2007 02:00

Plaza & Janés, 2006. 136 páginas, 16 euros

El problema de los poemarios monográficos es, a menudo, la monotonía. Explotar un tema en todas sus dimensiones y desde todas sus perspectivas requiere un ingente esfuerzo de imaginación poética. Poetas hay que triunfan hoy y fracasan mañana: Almudena Guzmán venció con Usted, pero encontró su Waterloo en El príncipe rojo. Nadie está a salvo de los caprichos del azar. O de las intermitencias del talento.

Diarios de robinson nace de la experiencia de Anton Vallet como hombre de mar adentro. Que nadie espere, sin embargo, una sucesión de poemas sobre mares procelosos y horizontes lejanos: la variedad temática compite con la diversidad de tonos y una versificación formalmente cambiante. Observador original e inconformista, Vallet considera los fenómenos desde ángulos alternativos: "El temblor del calígrafo durante el terremoto/ trazó el primer sismograma/ sobre el pergamino/ En el fondo era sólo la Tierra/ escribiéndose a sí misma" ("El temblor del calígrafo"). Una naturaleza humanizada, pero no necesariamente antropomorfa. Vallet es, en esencia, un poeta subversivo. Todo lo vuelve del revés: los iconos del arte ("Retrato de pensador orinando", a propósito del urinario de Duchamp, aquí transgresor transgredido), la muerte como sueño de gourmet ("El catador de venenos"), la insobornable pasividad de Bartleby ("La calma"), sin olvidar la sátira de los mitos contemporáneos ("El libro de estilo de la mafia").

Nada queda a salvo de un sentido del humor sutil en las formas e intenso en la crítica: desde los valores tradicionales -"[…] todos esos miedos ancestrales de la humanidad / entrañablemente conocidos y transmitidos de padres a hijos / amorosamente comprobados y perfeccionados durante generaciones" ("Los miedos sagrados")- hasta el dinosaurio más famoso del mundo -"Cuando terminó de escribirlo / el poema ya no estaba allí" ("Variación sobre el famoso cuento de Monterroso").

Antídoto contra el tedio poético, Diarios de robinson es una aventura digna de Defoe. Si se embarca, temerario lector, en el tour de force que nos propone Vallet, vivirá la experiencia de adentrarse en la tierra ignota de una mente despierta, en el territorio virgen de una mirada que sabe ver de otra manera. Aunque Qohélet no se equivocó, tampoco acertó del todo: bajo el sol no hay nada nuevo, pero existe una forma de imaginación que reinventa lo mismo para convertirlo en otro. Sólo la poesía es capaz de obrar el milagro.