Aprender a irse
José Fernández de la Sota
27 septiembre, 2007 02:00"Aprender para olvidar" y "Olvidar para marcharse" son los explícitos títulos de las dos partes del libro y ordenan la lógica interior de la operación poética con que Fernández de la Sota refuerza la unidad del ciclo creado a lo largo de los tres últimos años: el olvidar como elemento clave en los dos términos de ese "aprender a irse" y la exigencia de una disposición que no puede quedarse en el no saber ni en la palabra del vacío que protagonizaban Cumbre del mar. Al contrario, el despojamiento que estos poemas ensayan no propone ni la anulación ni el silencio, sino una transparencia en cuya levedad vibren tanto el dolor como ese "buen amor· de los versos arriba citados y en cuya riqueza retórica y metafórica se sustente el legado de palabras en que el protagonista busca diluirse.
Hay en Aprendiendo a irse dolor, locura y vacío, pero también amor, "un gramo de esperanza" y el canto temporal a lo que vive, en ocasiones desde un lirismo de salmo que recuerda a Pedro de Espinosa: "¿De dónde saca la esperanza el árbol? […] ¿De dónde extrae su aceptación el cardo? [...] No sé de dónde sale tanta rosa". Es gracias al imprescindible apoyo en la referencia a lo vivido y experimentado como el protagonista poético, antes de cumplir el designio que cierra el libro -"Y vámonos, vámonos, vámonos/ al olvido"-, puede decir su mejor canción afirmando ese ser de palabras que permita "olvidarlo todo con vosotras/ y perderme en vosotras/ y dejar de ser mío por vosotras.// Perderlo todo y con mis propios ojos/ ver mi canto sonando en vuestro río".