Image: Vista cansada

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Poesía

Vista cansada

Cantando los 40, Visor inaugura una nueva colección

14 febrero, 2008 01:00

Luis García Montero

Si ya es noticia que una editorial de poesía sobreviva una década, y un milagro que supere las dos, qué decir de Visor ahora que está en puertas de cumplir 40 años de descubrimientos y polémicas. Sólo un vistazo a supasado cargado de versos: corría 1969 cuando los hermanos Jesús y Miguel García Sánchez, los Visor, crearon un sello de poesía para "publicar a los poetas que queríamos leer" en un panorama cultural atenazado y mediocre. Y como lo mejor de las celebraciones son los preparativos, la editorial lanza estos días una nueva colección, "Palabra de honor", para reivindicar el género y "buscar la voz de los verdaderos poetas". Los primeros en acogerse a esta "Palabra de honor son Juan Gelman con Mundar, y Luis García Montero con Vista cansada. El poeta granadino nos adelanta los mejores poemas del libro, en el que ha vertido cinco años de trabajo, poesía y amistad.

Así fue
La vida hizo sus cuentas.
Desde entonces
el secreto que más he perseguido
es tu respiración.

Dos y dos son los labios en los labios,
la suma de los cuerpos y la queja.

Amada claridad.
Aunque perdí el sentido,
yo no podía equivocarme.

La vida hizo sus cuentas con los dedos,

y la piel un paisaje de multiplicaciones
al hundirse en la piel.

Democracia dos
Hay curvas en la vida de cualquiera
que son horas de angustia deshojada
y pétalos que caen desde el puente.
Yo me recuerdo así,
más amargo y más solo, más ajeno,
al ver pasar el agua.

El agua se llevó la dictadura.
La tinta del censor perdió sus ojos
y no pudo entender lo que estaba pasando.
Las esperanzas turbias
de los sacrificados y los fieles
olvidaron de pronto
el amarillo seco de las comisarías.
Ni miradas secretas, ni un papel
con horarios de misas
y nombres de malditos.

El agua se llevó, con los primeros viajes,
la luz de mis banderas comunistas.
También los sueños deben
poner los pies en tierra,
y los labios que dicen libertad,
justicia, socialismo,
no pueden llevar botas
para pisar silencios y cadáveres.

El agua moja hoy
los pies de los que viven con los ojos cerrados,
las tarjetas de crédito que miran a otra parte,
la mercancía sórdida de la felicidad,
la desesperación de Pasolini,
el cuerpo hipotecado de las noches sin alma,
la paz del que prefiere no saber,
ni preguntar, ni preguntarse.

Yo me recuerdo así,
más amargo y más frío.
Una vitalidad desesperada.

No son todos felices,
van a perder su rostro.
Pero nadie se para en la curva del puente
a ver pasar el agua.

Compromiso
He derramado el vino tantas veces
sobre el mantel. Los dedos de la aurora
saben por mí que el rojo
no es el color de una bandera,
sino el cielo que rompe
en el amanecer de la ciudad.

He llegado a la noche tantas veces
sin salir de mi noche. Los extraños
saben por mí que el negro
no es el color de una bandera,
sino lluvia y paredes quemadas por la lluvia,
la herida del carbón en la memoria.

Nunca estuvo en mi mano ser feliz.
Pero conozco la alegría. Muchos
saben por mí que el blanco
no es el color de una bandera,
sino el jazmín sereno de la mortalidad,
sus pétalos blindados por el sol de la tarde.

Los hijos
Por favor, no hagan ruido
en la tranquilidad de este poema
escrito con la mano
del que cierra la puerta al apagar la luz.
Mis tres hijos acaban de dormirse.
Necesito el silencio para pensar en ellos.

Colores indelebles en un lápiz
de trazado infantil,
vuelven a dibujar
-pero esta vez en serio-
un árbol, una casa, la memoria
de una luz encendida
con sabor a diciembre,
los cristales del miedo
y la ilusión del porvenir
bajo el sol de los días laborables.

Un hijo es el segundo país donde nacemos.
Con su falta de edad nos hace cumplir años
y nos devuelve
al mundo del reloj,
a las llamadas telefónicas
que son una raíz
en la orilla del tiempo.
Un hijo nos enseña a preguntar
con voz de agua
la verdad decisiva de la tierra.
Ser como juncos, y en amor flexibles,
no asegura respuestas
ni confirma el reposo.

Elisa, Irene, Mauro,
cada cual con su puerto y con su lluvia,
luces cambiantes en el mismo río.
Nadie comente, por favor,
que acabo de escribirles un poema.
Los hijos crecen con espinas.
Nunca sé imaginar
lo que pueden decir de lo que digo,
lo que pueden pensar de lo que pienso,
lo que pueden hacer con lo que hago.